Page 675 - Mahabharata
P. 675
9. Salya 655
Yudhisthira enfatizaba emocionalmente sus palabras impulsado por la tempestad
que estaba arreciando en su corazón. Duryodhana jamás había sido insultado por nadie
de aquella forma. Estaba amargamente herido y resentido por la lluvia de insultos
que Yudhisthira había proferido sobre él. Su corazón orgulloso y sensible se retorcía
herido por las crueles palabras de Yudhisthira. Estaba sorprendido escuchando vibrar
semejante furia en la voz del dulce Yudhisthira, y apretando sus manos una contra otra,
decidió salir del lago y luchar. Había deseado descansar durante una noche pero no lo
había conseguido. No obstante, ya no importaba; iba a luchar. Las agudas palabras de
Yudhisthira se habían clavado en su corazón, tenía que aceptar el reto.
Duryodhana dijo:
—Todos vosotros sois hombres justos, y aun así tratáis de luchar contra mí, solo, sin
carro, ni nadie que me apoye. No tengo armadura y estoy herido. Pero no tengo miedo
de ninguno de vosotros: no tengo miedo de Satyaki, ni de Dhrishtadyumna, ni siquiera
de Krishna. Puedo mataros a todos ahora. Sólo me apena el ver a tantos de vosotros
tratando de matar a un hombre sin armadura ni armas; no sois justos en absoluto. Siendo
el Dharma lo único que os acompañará en vuestro viaje de partida de esta tierra, me
sorprende veros dispuestos a abandonarlo tan sólo por vuestra ira contra mí. Pero eso es
asunto vuestro y no mío, a mí no me preocupa. Soy un kshatrya nacido de la casa de los
kurus. Aunque aún sería más feliz si muriese, porque así podría reunirme con aquellos
que me son queridos. Estoy deseoso de encontrarme con Radheya, no sabéis lo noble
que era ese hombre, no sois suficientemente nobles para poder apreciar lo que él valía.
Os mataré a todos vosotros y luego me mataré a mí para poder reunirme con Radheya.
Salgo inmediatamente; preparaos a morir.
Igual que el Sol surge por el horizonte emergiendo del océano, Duryodhana surgió
del lago y apareció sobre la superficie. Su aspecto era bello y maravilloso. La visión
de sus fuertes hombros y su ancho pecho produjeron admiración en los ojos de todos.
Yudhisthira le sonrió y le dijo:
—Me siento orgulloso y muy feliz de ver que mi hermano no es un cobarde. En
verdad, mereces ser considerado como un hijo de la casa de los kurus, eres valiente y
orgulloso y has hecho honra a tu nombre y a tu reputación. Me siento orgulloso de ti,
mi querido Duryodhana, eres un kshatrya y es justo que te comportes como tal. Solo y
con las manos desnudas, estás dispuesto a luchar con todos nosotros, en verdad, esto es
digno de elogio. Pero yo no lo permitiré; puedes luchar con cualquiera de nosotros y con
cualquier arma que escojas. Si ganas, puedes adueñarte del mundo y gobernarlo.
Estas palabras salieron de la boca de Yudhisthira de forma emocional e impulsiva.
Fue una estupidez por su parte decir que Duryodhana podía luchar con cualquiera que
quisiese y con cualquier arma que eligiese. Pero Yudhisthira era un hombre que no podía
guardar rencor a nadie y nuevamente volvió a ser el Yudhisthira de siempre.