Page 681 - Mahabharata
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9. Salya                                                                                 661


               de Duryodhana, el cual cayó por tierra con sus muslos destrozados, retorciéndose como
               una serpiente a la que le pisaran el cuello.

                   Duryodhana yacía en tierra como Aruna, el divino auriga del Sol. Hubo un gran
               tronar en el cielo y hasta la misma tierra se estremeció en protesta por la injusticia que se
               había cometido en aquella lucha. Fue una artimaña sucia, las normas prohibían golpear
               por debajo de la cintura. Bhima había derribado a Duryodhana valiéndose de medios
               injustos. Pero Bhima estaba loco de alegría. Su sueño, el sueño que siempre le había
               obsesionado, se había hecho realidad. Había quebrado los muslos de Duryodhana, tal y
               como había jurado hacer hacía catorce años. Daba saltos de júbilo, era impresionante
               verle, parecía que no era de este mundo. Se aproximó al cuerpo caído del monarca y le
               puso el pie sobre su hermosa cabeza. Le dijo:
                   —Todos vosotros os reísteis de mí y bailasteis cuando abandonábamos Hastinapura.
               Tú y tus queridos hermanos me llamasteis « vaca », aún no lo he olvidado. Entonces juré
               que algún día pondría mi pie sobre tu cabeza, y ahora lo he hecho.
                   Antes de que volviera a hacerlo, Yudhisthira fue corriendo hacia él y de un tirón le
               apartó de allí. Le dijo:

                   —Bhima, no lo hagas más. Ya has hecho lo que habías jurado hacer y eso acaba ya
               con toda enemistad. Este acto es un insulto para Duryodhana. Él es un rey y también
               tu hermano, es un hijo de la casa de los kurus. Fue el señor de once akshauhinis; lo ha
               perdido todo y no es justo que le hagas esto ahora que ha sido abatido. No tiene por
               qué ser insultado; no lo permitiré. Me disgusta que un monarca vencido sea ultrajado.
               —Sus ojos estaban llenos de lágrimas y dirigiéndose a Duryodhana le dijo—: Mi querido
               primo, por favor, no te apenes. Has perdido todo cuanto tenías y ahora yaces en tierra a
               punto de perder tu vida. Esto no ha sido debido a nuestra culpa, todo ha sido debido a ti;
               tú te has ganado este fin y el destino ha arreglado las cosas a su manera. Duryodhana,
               estoy celoso de ti, tú alcanzarás los cielos mientras que nosotros viviremos en esta tierra,
               privada ya de toda gloria. Yo te saludo, rey del mundo.
                   Yudhisthira expresó toda la pena que albergaba su corazón. Estaba muy triste de
               ver la ruina que le había sobrevenido al mundo por causa de aquel hombre, quien se
               había hecho merecedor de su propia destrucción. El rey ahora yacía en tierra con sus
               muslos destrozados por Bhima. Había sido una gran tragedia y Yudhisthira, dada su
               tierna naturaleza, no podía soportarla.
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