Page 685 - Mahabharata
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9. Salya                                                                                 665


                   —Escucha, Duryodhana. Tú has sido derrotado debido a tu adharma. Tú has
               matado a tus amigos y a todos los que de ti dependían por tu injusticia. Bhishma,

               Drona y Radheya fueron aniquilados porque se pusieron de tu parte en contra de los
               pandavas. Bhishma no debió haberse puesto de tu lado. Drona podía haber abandonado
               Hastinapura y haberse ido al bosque. Radheya estaba empeñado en complacerte a ti. Él
               sabía que tú estabas en el error y aun así peleó por ti. Es por tu culpa y por tus actos
               malvados por lo que ellos han muerto. Tú dices que soy el causante de esta guerra.
               ¿Acaso has olvidado ya mi visita a Hastinapura? ¿Has olvidado el esfuerzo con el que
               traté de convencerte de que esta guerra no debía suceder? No querías soltar al mundo
               de tus manos, tu avaricia ha sido la causa de esta guerra y de la muerte de todos los
               héroes. Tu maldad comenzó desde hace mucho tiempo atrás cuando tan sólo eras un
               niño. Cuando eras joven tu padre hizo que creciera en ti la planta de los celos, a lo cual
               también colaboró tu tío Sakuni, y es el sabor de los frutos de esa planta lo que ahora estás
               degustando. Por la muerte de Abhimanyu, sólo por ese incidente, deberías morir una y
               otra vez. No mereces la compasión de nadie. No me das pena en absoluto.
                   Duryodhana dibujó una sonrisa indolente en sus labios. Su ceja estaba levantada en
               tono arrogante como era su costumbre y dijo:
                   —Yo he estudiado los Vedas, he hecho muchos regalos a mucha gente, he gobernado
               este mundo entero y lo he disfrutado al máximo, he puesto mi pie sobre la cabeza de mis
               enemigos. Soy un afortunado, después de una vida feliz, tengo un futuro aún más feliz
               esperándome. Voy a los cielos que alcanzan aquellos que mueren en el campo de batalla,
               allí me reuniré con todos aquellos que me son queridos. Allí estaré con mi querido
               amigo Radheya. En verdad, soy más afortunado que estas gentes que tendrán que vivir
               en este mundo lleno de penuria. —Duryodhana se detuvo para tomar aliento. Luego,
               con una mirada de total desdén y dibujándose una sonrisa amarga en sus labios, dijo—:
               En cuanto al hecho de que Bhima haya pisado mi cabeza, no me importa en absoluto.
               Dentro de unos momentos los buitres y los cuervos descenderán sobre mí para devorar a
               picotazos mi cabeza.

                   En ese momento llovieron del cielo flores sobre la cabeza de Duryodhana mientras
               pronunciaba aquellas palabras. El cielo estaba iluminado por una luz incandescente,
               como un ópalo iluminado desde el interior. Los pandavas inclinaron sus cabezas de
               vergüenza y pena cuando vieron que los cielos aprobaban las palabras de Duryodhana.
                   Krishna giró hacia ellos sus ojos enfadados y les gritó con su bella voz de cisne,
               diciéndoles:
                   —¡Naturalmente todos fueron aniquilados por medios injustos! Ellos eran lo mejor del
               valor kshatrya. Si hubieseis luchado por medios justos nunca podríais haberles vencido,
               ¡dejemos a un lado la cuestión de lo bueno y lo malo y cómo han sido aniquilados! Ni
               todos vuestros poderes con vuestros arcos y flechas y vuestros divinos astras podían
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