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—Arjuna, este carro ha cumplido su propósito, ya no lo necesitamos más. Sobre este
carro han recaído todos los astras de Drona y Radheya. Ha absorbido el Brahmastra que
esos dos hombres lanzaron y también los astras de Aswatthama. Debió haber ardido
hace mucho tiempo, pero no sucedió así porque yo estaba subido en él. Pero ahora que
tú ya has alcanzado lo que te habías propuesto alcanzar, lo he abandonado y por eso ha
ardido, he permitido que fuera reducido a cenizas. Todo lo que existe en este mundo ha
sido creado con un propósito y en cuanto ese propósito se cumple ya no hace falta para
nada.
En ese momento la seriedad abandonó la cara de Krishna y de nuevo la sonrisa
apareció en su lugar. Y continuando, Krishna dijo:
—Arjuna, lo mismo ocurre con los hombres. Cada hombre ha sido puesto en este
extraño viaje lleno de acontecimientos llamado la vida, pero todos vienen a este mundo
con un propósito. Una vez que cumplen su propósito, la Tierra ya no necesita más de
ellos. Y ese es el caso de todos nosotros, incluso yo. Yo me he creado a mí mismo en esta
Tierra por un propósito que aún no ha acabado, aún queda algo más por hacer. Pero
en el momento en que haya finalizado, yo moriré también, y lo mismo ocurrirá contigo
y con tus hermanos. Pero eso no sucederá en un futuro inmediato. Ven, no te apenes,
preparémonos para nuestra próxima tarea.
Krishna felicitó a Yudhisthira en términos formales y luego le dio un abrazo. Le dijo:
—Yudhisthira, es costumbre de los vencedores dormir fuera del campo enemigo la
noche de la victoria, debes seguir esa tradición. Debéis dormir todos fuera del campa-
mento.
—Que así sea —dijo Yudhisthira. Y tras permanecer en silencio por unos momentos,
añadió—: Krishna, la guerra ha acabado, y por tu gracia hemos conquistado el mundo,
pero tengo miedo de Gandhari, la madre de Duryodhana; tiene grandes poderes. Esa
mujer ha sido siempre justa y temerosa de Dios, pero ahora está sufriendo el dolor de
una madre que ha perdido a sus hijos. Si se entera que Duryodhana ha sido aniquilado
por medios injustos, puede maldecirnos. Quiero que vayas a pacificarla, y más tarde
iremos nosotros. Krishna le sonrió y le dijo:
—Tienes razón, la maldición de Gandhari no debe recaer sobre vosotros. Son otros
sobre los que ha de recaer; iré enseguida.
Cuando Duryodhana cayó con sus muslos rotos, Sanjaya regresó a la ciudad, con
sus ojos inundados de lágrimas y su cuerpo temblando de angustia. Sanjaya entró al
palacio del rey Dhritarashtra con los brazos levantados como gesto de lamentación y
habló así: ¡oh, mi rey!, ¡oh, mi señor!, lo hemos perdido todo. El tiempo y el destino
nos han robado todo cuanto teníamos. —El rey le escuchaba atónito junto a Gandhari y
las esposas de sus hijos, Vidura y muchos otros estaban allí también. Sanjaya se repuso