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había abandonado a aquel cuerpo mutilado y cuando escuchó el ruido que hacían al
acercarse trató de levantar su cabeza. Los animales salvajes ya se habían empezado a
acercar merodeando el cuerpo del moribundo. Él, como podía, trataba de impedir que
se acercaran demasiado, estaba indefenso ante aquella espantosa horda de animales
salvajes, dispuestos ya a acabar con sus restos. La aparición de aquellos tres hombres
hizo que los animales huyeran en estampida, y acercándose a Duryodhana se sentaron a
su lado. Junto al cuerpo del monarca aún estaba su maza; aquel arma que ahora era su
único amigo y acompañante. Kripa le dijo sonriente:
—Mi señor, evidentemente tu gada va a ser tu compañera hasta los cielos, no podrás
abandonar a tu mejor amiga.
Aswatthama le dijo:
—Duryodhana, quiero que me escuches muy atentamente: tengo el placer de comuni-
carte que he destruido completamente el ejército de los pandavas. Sólo quedan los cinco
pandavas junto con Krishna y Satyaki, y por nuestra parte aún sobrevivimos nosotros
tres.
A continuación le contó al rey cómo se las arregló para aniquilar todo el ejército
entero. Duryodhana se sintió satisfecho y le dijo:
—Aswatthama, hoy has logrado lo que ni Bhishma, ni Drona, ni Radheya pudieron
hacer. Estoy orgulloso de ti; que Dios te bendiga. Yo ya estoy dispuesto a morir; nos
encontraremos todos en el Cielo. Ahora me despido de vosotros y de esta querida Tierra.
—El rey quedó en silencio; el gran Duryodhana, monarca de los kurus, había muerto.
Se dice que en el momento en que murió Duryodhana, Sanjaya perdió el poder de
ver lo que le sucedía a todo el mundo; el poder de visión a distancia le fue retirado.
El Sol salió proclamando el comienzo del día que dejaba atrás la noche más sangrienta
de todas. El auriga de Dhrishtadyumna fue el único superviviente a la masacre del
campamento de los pandavas. Fue corriendo a la presencia de Yudhisthira y le contó
los trágicos acontecimientos de la noche anterior. Yudhisthira se desmayó, por lo que
Satyaki tuvo que sostener su cuerpo, que se desplomaba sin fuerzas. Todos los pandavas
habían perdido el sentido. Al rato volvieron en sí, y Yudhisthira dirigiéndose a Nakula
le pidió que trajese a Draupadi. Nakula fue corriendo a donde se encontraba la reina,
mientras que el rey, acompañado de sus hermanos, se dirigió hacia el campamento,
donde se encontró una escena espantosa, no podía creer el espectáculo que veían sus ojos:
todos muertos. Sintió gran dolor al ver el estado en que quedó el cuerpo del valiente
Dhrishtadyumna; aquel hombre nacido del fuego, había dirigido su ejército durante
la guerra y ahora yacía allí muerto, aniquilado de la forma más cruel. También vio a
los cinco hijos de Draupadi, sus cadáveres estaban descuartizados por la espada de
Aswatthama. Arjuna vio a Yudhamanyu y a Uttamaujas, y su corazón le dio un vuelco