Page 704 - Mahabharata
P. 704

684                                                                            Mahabharata


               vrishni puede matar a otro vrishni. Nadie más, ni siquiera los dioses pueden matarlos.
               Tienen que morir matándose entre ellos. Me alegro de que tu maldición haya resuelto

               este problema por mí. Si no me hubieras maldecido los hubiera tenido que aniquilar yo
               mismo. Me siento afortunado de poder disponer de tu cooperación en la extinción de la
               casa de los vrishnis; en realidad, nos has bendecido. También me alegro de que tu ira
               haya encontrado de este modo una salida; ya no puedes seguir enojada con Yudhisthira.
               Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por los pandavas. Si la casa a la que pertenezco
               ha de morir para que ellos vivan, lo acepto más que contento. De nuevo te digo, madre,
               que los pandavas significan para mí más que mi propia vida.
                   Los pandavas habían escuchado la maldición de Gandhari. Ellos ya habían pasado
               por la terrible experiencia de matar a sus primos y estaban horrorizados al escuchar que el
               mismo destino amenazaba ahora la casa de los vrishnis. Pero Krishna lo estaba aceptando
               todo con una sonrisa, y lo hacía sólo para que ellos pudieran vivir; los pandavas se sentían
               humillados en presencia de tanto amor. Krishna, hablándole mentalmente a Gandhari, le
               dijo:
                   —Haz resurgir tu amor por el Dharma, madre; esta tristeza no es buena para ti. No
               obstante, es bueno que sepas que lo que ha sucedido se debe a ti y no a mí. Querías
               demasiado a tu hijo Duryodhana. Su orgullo debió ser frenado desde sus primeros
               brotes. Tú ya conocías a tu hermano Sakuni; no debiste permitirle que entrara en tu casa,
               fuiste tú la indiferente y no yo. Duryodhana fue inducido y animado a volcarse en el
               pecado, y todos los ancianos de la corte y tú misma contemplaban con indiferencia cómo
               maltrataba a los pandavas. Tú eres la responsable de todo esto y, sin embargo, tratas de
               cargar tu indiferencia sobre mis hombros. Tú estabas allí cuando yo fui a Hastinapura;
               tú sabes cuánto hice por intentar convencer a Duryodhana de que renunciase a su odio
               hacia los pandavas; sin embargo, me acusas a mí de mostrarme indiferente: no tienes
               derecho a hacerlo, tú conocías lo que se tramaba con lo de la casa de cera, te podías haber
               tomado el trabajo de detener a tu hijo antes de que cometiese aquel pecado. Tú y tu
               marido arruinasteis a Duryodhana, y ahora que el mundo ha sido destruido por su culpa,
               tratas de echarme la culpa a mí.

                   »Querías demasiado a tu hijo y eso nubla tu visión. Es a Dhritarashtra a quien debes
               culpar por esto. Y tú, una mujer tan buena y tan justa, has permitido que esta injusticia
               floreciera ante tus propios ojos: no es justo que me culpes a mí por ello. En verdad,
               no siento lástima por la muerte de los kurus, han gozado más de lo que merecían. Tu
               hijo, por sus viles acciones, merecía el peor de los infiernos; incluso ya estando a punto
               de morir hizo su última vileza a los pandavas; sin embargo, se las ha arreglado para
               alcanzar el Cielo. Pero en cierta forma me alegro porque eso te consolará. Ha ido a los
               cielos debido a tu bondad y a tus penitencias; no debes lamentarte por la muerte de tus
               hijos porque ahora están con los dioses. Madre, deja ese dolor a un lado.
   699   700   701   702   703   704   705   706   707   708   709