Page 706 - Mahabharata
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               en el que ella depositó sobre sus aguas aquella caja de madera que el río se llevó flotando.
               Recordaba aquella escena como si hubiera sucedido ayer. Kunti observaba cómo los

               hombres hacían su última ofrenda a las almas que habían partido, pero Radheya no
               tenía ningún hijo que pudiera hacerle la ofrenda, pues todos habían muerto; seguía
               estando tan huérfano como en el día en que ella le abandonó. Su corazón estaba a punto
               de estallar debido a la amargura que sentía en su corazón. Ardía de remordimientos
               pensando en la tremenda injusticia que había cometido con su hijo.
                   Kunti estaba decidida a hacer lo que fuera para que se realizasen las oblaciones
               debidas en honor de Radheya, era lo único que podía hacer por él, y se encaminó con
               paso firme hacia Yudhisthira. Yudhisthira había acabado sus ofrendas a los hijos de
               Draupadi y a todos los otros. Arjuna aún tenía lágrimas en los ojos, acababa de terminar
               sus ofrendas por su querido hijo Abhimanyu. Pero Kunti estaba dispuesta a hacer algo
               que iba a hacerles palidecer a todos. Se dirigió hacia Yudhisthira y le tocó la espalda. Él
               se giró y le dijo:
                   —Sí, madre, dime, ¿qué quieres?, ¿qué sucede?.

                   Kunti tuvo que tragar saliva para impedir que se le escapase un sollozo, y luego dijo:
                   —Aún queda otra persona por la cual tienes que realizar las ofrendas. Yudhisthira
               se le quedó mirando a los ojos, enrojecidos por las lágrimas retenidas. Todos se giraron
               fijando su mirada en la escena que estaba sucediendo entre madre e hijo. Los hermanos
               de Yudhisthira le rodearon mirando a su madre con el ceño fruncido tratando de adivinar
               quién era aquella persona que quedaba. Krishna, el único que lo sabía, contemplaba a
               Kunti con una expresión de profunda compasión en sus ojos. Ella había sabido guardar
               el secreto; no se lo había dicho a nadie, ni siquiera durante la guerra. Lo había guardado
               en silencio incluso después de que Radheya muriera, porque le hubiera roto el corazón a

               Yudhisthira. Él habría dejado de luchar y se habría ido al bosque. Lo que Kunti estaba
               haciendo ahora, era lo justo. Krishna escuchaba atento. Yudhisthira dijo:
                   —¿Una persona más? No lo entiendo. Yo me acuerdo perfectamente de todos nuestros
               familiares que han muerto; no soy una persona tan ingrata como para olvidarme de
               alguien que dio su vida por mí. ¿Quién es esa persona a quien yo le debo una ofrenda?
               Kunti le dijo:
                   —Es Radheya, has de realizar las ofrendas por él también.

                   Yudhisthira se quedó atónito. Dijo:
                   —¿Radheya? Pero madre, ¿por qué debo hacer yo las ofrendas por Radheya? Él era
               un sutaputra, sus ritos funerarios deberían ser ejecutados por su padre, dado que sus
               hijos han muerto. Yo soy un kshatrya. ¿Por qué me pides que haga esto por un suta, por
               Radheya el sutaputra, nuestro enemigo más pertinaz? ¿Por qué he de hacerlo? ¿Por qué
               me pides eso? ¿Qué te hace estar tan triste?
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