Page 711 - Mahabharata
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12. Consolación 691
mi madre. Me quedé intrigado por su enorme parecido y durante años estuve recordando
aquello una y otra vez, intentando resolver aquel inexplicable misterio. ¿Cómo pueden
parecerse tanto los pies de Radheya el sutaputra a los de mi madre? Y te confieso, mi
señor » que ahora que he comprendido por qué se parecían tanto, el corazón parece que
me va a estallar en mil pedazos. ¿Cómo puedo estar feliz después de haber matado a un
hombre tan grande como Radheya, que debía haber sido el señor del reino de los kurus?
Después de esto ya no encuentro consuelo en nada.
»Mi madre me dijo que él le otorgó un don; le dijo que no mataría a ninguno de
los pandavas excepto a Arjuna. Tenía que luchar un duelo contra Arjuna, porque esa
era la única forma de complacer a Duryodhana. Ahora entiendo por qué no mató a
Bhima el día que cayó Jayadratha. Él tuvo a Bhima a su merced, pero se fue sin matarle,
sólo le insultó. Y esa misma noche mantuvo un duelo con Shadeva, al siguiente día con
Nakula y el último día de su vida sostuvo un duelo conmigo; nos venció a todos pero
nos perdonó la vida. No nos mató porque no quiso. ¡Qué hermano más noble y cariñoso
teníamos! Y Arjuna le mató en un momento imprevisto sin que pudiera defenderse.
Jamás podré perdonarme semejante ultraje. Hemos sido la gente más injusta que ha
luchado en esta guerra.
Narada le consoló y le dijo que Radheya no podía haber sido aniquilado por nadie y
que su muerte se debió a la maldición de dos brahmanes y a la intervención de Indra.
Luego le contó a los pandavas la historia de la vida de Radheya con todo lujo de detalles
en cuanto a su trágico esplendor. Era la historia de un alma noble que purificó a todos
aquellos que tuvieron la fortuna de tener contacto con él. Los pandavas se quedaron
pasmados, aquel relato les hacía sentirse humildes. Les hizo entender que los caminos de
la providencia son misteriosos, pero la pena no abandonó sus corazones. Era una herida
abierta que nunca iba a cerrarse.
Yudhisthira nunca podría perdonar a su madre por la injusticia que había cometido
con Radheya y con todos ellos, y a consecuencia de ello maldijo a todas las mujeres.
Dijo que de entonces en adelante, ninguna mujer podría guardar un secreto, porque fue
debido a que Kunti supo guardar el secreto tan bien que aquella calamidad les había
sobrevenido.
No había forma de consolar a los pandavas. Yudhisthira había perdido todo interés
por aquel reino que habían ganado después de tanto dolor y tanto derramamiento de
sangre. Casi había decidido abandonarlo todo y regresar al bosque, haciéndose difícil
convencerle de que era una actitud errónea. Se pasaba el tiempo sentado lamentando la
muerte de aquellos que habían perecido en la guerra; ahora se achacaba a sí mismo la
culpa de todo. Bhima, Arjuna, Nakula, Shadeva y Draupadi trataban una y otra vez de
convencerle de que su actitud era errónea, de que no tenía porqué estar tan deprimido,
pero de nada valía. Estaban casi desesperados y Yudhisthira seguía profundamente