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Arjuna prosiguió su marcha incesante hacia Hastinapura. Cuando caía la noche
acampaban debajo de los árboles y por la mañana temprano reemprendían la marcha.
Para Arjuna, era la época más dolorosa de su vida, tenía que mantenerse todo el tiempo
ocupado, si no, temía enloquecer. Un día, mientras atravesaban un inmenso bosque,
una banda de ladrones divisó la caravana y decidió atacarla al darse cuenta de que sólo
había un hombre protegiendo toda aquella multitud de mujeres y niños. Así pues, los
ladrones se abalanzaron sobre la gente de Dwaraka para robarle sus riquezas y también
sus mujeres. Arjuna inmediatamente cogió su gandiva y trató de tensarlo rápidamente,
pero se quedó sorprendido al darse cuenta de que apenas podía hacerlo, tuvo que hacer
un enorme esfuerzo para conseguirlo. No podía comprenderlo, sus dedos habían perdido
toda su destreza y le resultaba muy difícil usar el arco y las flechas. Cuando al poco
tiempo sus aljabas se quedaron vacías, decidió invocar algún astra para deshacerse de los
ladrones, pero no lograba acordarse ni de una sola de las invocaciones mágicas. Se sentía
abatido, Arjuna no podía hacer nada. Los ladrones consiguieron su botín llevándose
la mayor parte de las riquezas y de las mujeres. Con el corazón destrozado, Arjuna
reemprendió nuevamente la marcha junto con la gente que había quedado. En cuanto
llegó a Hastinapura se presentó ante Yudhisthira y después de quedarse allí de pie
durante unos momentos perdió el sentido y se desplomó al suelo.