Page 171 - El judío internacional
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de San Petersburgo, se calculan los judíos residentes en la capital en unos 30.000 contra 1.500
                  censados oficialmente. Me informan de igual fuente, que, mientras existe una sola escuela judía
                  concedida, se educan tres o cuatro mil niños judíos en colegios clandestinos. Consiste otro indicio
                  de la influencia hebrea en que en los diarios mas importantes de San Petersburgo y de Moscú
                  colaboran sin excepción casi uno o mas redactores judíos".

                  Resultaba siempre de las investigaciones oficiales norteamericanas que los hebreos habían
                  exagerado enormemente para obligar a una intervención diplomática.

                  Cuando luego de largos años de propaganda subterránea y pública se afianzo firmemente la
                  "opinión publica", la agitación adopto la forma del "problema de pasaportes rusos". "¡Rusia osa
                  desdeñar un pasaporte norteamericano! ¡Rusia ofende al gobierno de los Estados Unidos! ¡Rusia
                  trata indignamente a ciudadanos norteamericanos!..." y frases parecidas.

                  Culmina la agitación en la exigencia de que los Estados Unidos rompan todas sus relaciones
                  comerciales con Rusia. Al propio tiempo estudiaba el Secretario de Estado Mr. Blame el proyecto de
                  como se podría alzar un dique contra la oleada de inmigración hebrea, que en aquel entonces
                  empezó a inundar el país. Surgió la extraña situación de que mientras los Estados Unidos tenían
                  graves motivos de queja contra los hebreos, debían aun impugnar a Rusia el derecho de hacer otro
                  tanto dentro de su propio territorio. Efectivamente, el ministro de Relaciones Exteriores ruso
                  formulo advertencias diciendo que probablemente Norteamérica no se quejaría de la inmigración de
                  200.000 inmigrantes hebreos rusos si estos fueran verdaderamente operarios. Se comprenderá
                  perfectamente, en cambio, que a Norteamérica no le convendría la llegada de 200.000
                  explotadores usureros. Era esta, también, la razón de Rusia para oponerse a tales elementos, que
                  pretendían explotar al país, más no favorecerlo y fecundarlo.

                  Prosiguió sin debilidades la agitación contra Rusia, hasta que Taft fue elegido presidente. Es preciso
                  recordar aquí la perpetua representación judía ante el gobierno de Washington. A su frente estaba
                  una especie de "embajador", cuya misión consistía, naturalmente, en asegurarse de antemano la
                  persona de Taft. Pero este, en aquel entonces, no les era tan adicto, como lo fue mas tarde. Existía
                  entre Rusia  y los Estados Unidos desde el año 1832 un tratado de comercio, que en el transcurso
                  de 80 años respondió perfectamente a los mutuos intereses. El presidente considero, pues, una
                  exagerada exigencia, anular este tratado únicamente por un capricho de los hebreos. Con esta
                  exigencia presentaron otra al presidente los judíos: la de anular el proyecto de ley aprobado en el
                  Congreso, según el cual todos los inmigrantes de los hebreos rusos, carentes de toda cultura,
                  representaba en el conjunto de los planes judíos un aspecto muy importante, en tanto que los
                  intereses del país en que habitaban no parecían siquiera existir para ellos.

                  Finalmente, el presidente Taft se vió precisado a preguntar directamente que era lo que se
                  pretendía de él. "Hable usted con algunos dirigentes del judaísmo norteamericano", se le contesto.
                  Aparecieron el 15 de febrero de 1911 en la Casa Blanca de Washington, Jacobo Schiff, Jacobo
                  Furth, Luis Marshall, Adolfo Kraus y Enrique Goldfogle. Se almorzó en un ambiente de gran
                  cordialidad, y después se conferencio. El presidente estaba perfectamente preparado y no ignoraba
                  que de largas discusiones no resulta jamás nada práctico. Entraron sus huéspedes con una decisión
                  ya formada, creyendo poder "conquistarse" al benévolo presidente por las buenas. Más, ¡cual no
                  seria el asombro de los delegados al extraer de su bolsillo el presidente un papel y empezar a
                  leerles sus ideas y conclusiones! Francamente, no se esperaba tal cosa de el.

                  Llamo, en primer termino, la atención de sus huéspedes sobre el perfectísimo derecho que asistía a
                  los Estados Unidos para admitir en su territorio a quien le conviniera. En lo referente al tratado de
                  comercio ruso-norteamericano, dijo que había arrojado buenos resultados, y que bajo su vigencia
                  de más de 80 años, muchos ciudadanos yanquis confiados en la lealtad de ambos países, habían
                  fundado establecimientos en Rusia. De necesitarse concertar otro tratado, se podrían también tener







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