Page 199 - El judío internacional
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"Un esquimal, un indio de América, podrían adoptar las creencias judías, podrían cumplir cada
fórmula y con todo el ceremonial de la ley mosaica y su ritual, siendo, entonces, judíos por la
religión. Pero, sin embargo, a nadie se le ocurrirá considerarles ni por un instante entre los judíos
nacionales... No basta con que se profesen las creencias hebreas, sino que es preciso que sea
descendiente directo de un pueblo, que otrora tenía su gobierno visible y su territorio, hasta la
segunda destrucción de su Estado. Este suceso arrebató a los judíos su tierra y su Estado,
dispersándoles sobre la faz del mundo, mas no por eso destruyó la idea nacional ni racial, que era
el eje de su nacionalidad y de su religión. ¿Quién, entonces, puede atreverse a afirmar que los
hebreos no son una raza? La sangre es la base y el símbolo de la idea racial, y no hay pueblo en el
mundo que pueda reclamar con tanto derecho la pureza y uniformidad de su sangre, como el judío"
(págs. 190-91).
"La religión sola no caracteriza a un pueblo. Se dijo ya que con sólo profesar la religión mosaica, no
es uno judío. Por otra parte, un judío sigue siempre siéndolo aún cuando abjure de su fe" (pág.
200).
De igual opinión son otros hebreos, tales como Brandeis, miembro del Supremo de los Estados
Unidos, cuando dijo: "Confesemos que nosotros, los hebreos, constituimos una nacionalidad
determinada, y que todo hebreo, viva donde viva, y crea lo que crea, forzosamente es un súbdito
de aquella".
Levi, según esto, defiende el aislamiento exigido y practicado por los judíos. "En cuanto al número,
el de los judíos, en dos mil años, apenas varió. No reclutaron acólitos para su religión. Se
apropiaron artes, letras y civilización de muchas generaciones, pero manteniéndose libres de toda
mezcla de sangre. Su propia sangre la infiltraron en la de varios otros pueblos, sin que admitieran
para sí la sangre de aquellos".
Levi designa a los matrimonios mixtos entre judíos y no-judíos como "bastardos", expresando:
"Creo justo que los judíos eviten el matrimonio con no-judíos y viceversa, tal como se evita el
matrimonio con enfermos, tuberculosos, escrufulosos o negros" (pág. 249).
Defiende Levi, asimismo, las escuelas públicas para niños no-judíos: los niños hebreos, en cambio,
deberían educarse aparte. "A mi juicio, deberían educarse los niños hebreos sólo en colegios
hebreos" (pág. 254). "No solamente constituye una ventaja positiva e inmediata educar a nuestros
niños como hebreos, sino que resulta imprescindible para nuestra propia conservación. La
experiencia demuestra que nuestra juventud se aparta de nuestro pueblo al rozarse con no judíos"
(pág. 255).
Asombrosamente franco resulta Levi al declarar: "Ya que estamos lejos de ser perfectos caballeros
en nuestra totalidad, no podemos razonablemente exigir ser admitidos como clase en la alta
sociedad no judía. Sigamos, pues, en nuestro puesto" (pág. 260).
En lo referente al reproche de carencia de ánimo, que tan a menudo se hace a los hebreos, dice
Levi: "El valor físico es sólo un apéndice y no un elemento principal del carácter hebreo, que con
escasas excepciones se puede aplicar a todos los pueblos orientales. El sentimiento y el temor al
peligro están reciamente arraigados en ellos; mas no el cultivo a la impavidez o el miedo que
distingue a los grandes países de Europa occidental" (pág. 205).
Justamente a este cuidado de rehuir el peligro atribuye Levi la especial importancia de los hebreos
entre los otros pueblos. Estos luchan, en tanto que el hebreo sabe pacientar, y sólo, según Levi, es
infinitamente más valioso. Otras naciones pueden jactarse de sus éxitos bélicos y de sus triunfos,
pero pese los múltiples frutos de sus victorias, jamás fueron de larga duración. Se puede decir con
razón que el país cuya grandeza se funda en el valor físico, degenera en la discordia y en la
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