Page 55 - La Cocina del Diablo
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"En cuanto a la sal de cocina yodada, este es un cloruro de sodio al cual se le pone el yoduro de
potasio, un cuerpo que daña gravemente a la salud, aún en pequeñas dosis, y en forma notoria en los
tuberculosos".
Alfred no pudo evitar la risa:
- ¡Es emocionante ver con que celo Ud. nos presenta a casi todos los alimentos como temibles armas de
vuestro arsenal... y con que presunción Ud. se atribuye todos los males que afligen a la humanidad! Pero
quedo escéptico. Ud. no convence a nadie con estas exageraciones evidentes. Veamos, ¡la mayor parte de los
platos de comida son absolutamente insípidos si no se les sala!
“Todo alimento natural tiene su propio sabor, pero el hombre actual tiene el gusto demasiado
debilitado para percibirlo. El necesita excitaciones más fuertes. Además, una excesiva cocción de los
alimentos no sólo les quita todas sus sales minerales solubles, sino que también sus esencias volátiles que
crean el olor y el sabor. Aquello que queda es aguado y sin sabor. Es por ello que el hombre utiliza la sal”.
"El organismo necesita, diariamente, de 0,2 gramos de cloruro de sodio. El consumo usual es de 25
gramos y aún más. Luego de haber recibido 8 gramos de esta sal, el organismo se encuentra obstaculizado
para asimilar las proteínas. Entonces los tejidos comienzan a colmarse de agua, las células trabajan menos, la
oxidación y la respiración de los tejidos se tornan insuficientes: he ahí las condiciones que preludian el
cáncer".
- Ud. no debe ignorar, que los riñones eliminan el cloruro de sodio, dijo la doctora.
- ¡Una fracción solamente! El exceso es puesto en reserva en los huesos y en el tejido conjuntivo.
"Cuando se salan los alimentos para conservarlos, la putrefacción es frenada, cierto, pero la materia
está desnaturalizada, dañada. Es por esto que he hecho adoptar este método en el mundo entero. A la sal se le
añade salitre, azúcar, lo que extirpa a la carne y el pescado sus albúminas, sus minerales, sus encimas y sus
vitaminas, en otras palabras, todo aquello que puede disolverse. Y, bien entendido, ¡se bota la salmuera por la
que han pasado estas fuerzas de vida!"
- ¡Bien! dijo Sten, inclinando el mentón.
- Lo que subsiste sólo tiene el sabor de la sal.
- ¡Loada sea la sal! declamó el Patrón, riendo.
- Las personas que se alimentan por largo tiempo y en forma exclusiva de carnes y pescado salados no
escapan al escorbuto. Sus encías se pudren.
"Por otro lado, sabiendo que el salar los alimentos no mata todos los bacilos, he incitado a mis amigos
americanos a aumentarles ácido bórico. Esta carne momificada a hecho enfermar a muchas personas, y
muchas han muerto".
- Entonces lo lógico sería regresar al antiguo proceso de ahumado.
- ¡Admirable! rió con fuerza Azo. Luego del consumo de carne ahumada, el tiempo de incubación del
cáncer es de 30 a 40 años, pero yo tengo paciencia. Además, ahumar es sinónimo de desvalorizar.
- ¿No han entendido aún que conservar, de cualquier forma que se haga es destruir? intervino el Diablo.
Sino, ¿por qué habría yo creado el departamento especial de la conservación?
- Sin embargo, la costumbre de ahumar la carne y el pescado se remonta a tiempos extremadamente
antiguos, cuando los instintos del hombre debían ser todavía seguros.
- Ud. se equivoca, replicó Azo. Los instintos ya estaban deteriorados, así como la salud desde hace
50000 ó 100000 años.
- Encuentro sorprendente, -y, en suma, reconfortante-, que el hombre haya sobrevivido tanto tiempo,
dijo Sten con cierta ironía.
- Usted tiene razón, el hombre es tenaz. Y aquello me causa a veces muchas preocupaciones. No es
fácil conseguir lo que quiero. ¡Pero estoy en el buen camino... el hombre no tiene para mucho tiempo!
Fue el Patrón quien pronunció estas palabras. Azo tomó la palabra:
- Con el ahumado nacen violentos venenos celulares; que reducen a nada la flora intestinal. El
organismo es puesto en un estado de irritabilidad permanente, excelente predisposición para el cáncer. Estos
venenos son de la familia del fenol: ácido fórmico, creosota. Todos basan su toxicidad en el alquitrán, sus
sustancia madres.
La Cocina del Diablo – Gunther Schwab 54