Page 179 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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—No estoy loco —exclamé con energía—; el sol y los cielos, que han
presenciado mis acciones, pueden atestiguar la veracidad de cuanto digo. Soy el
asesino de esas inocentes víctimas; murieron a consecuencia de mis maquinaciones;
mil veces habría preferido yo derramar mi sangre, gota a gota, para salvar sus vidas,
pero no he podido, padre mío, porque no soy capaz de sacrificar a toda la humanidad.
El final de este comentario convenció a mi padre de que tenía trastornado el
juicio, cambió inmediatamente de conversación y procuró modificar el curso de mis
pensamientos. Y deseoso de borrar lo más posible el recuerdo de los acontecimientos
ocurridos en Irlanda, no volvió a aludir a ellos ni me consintió a mí que hablase de
mis desventuras.
A medida que pasaba el tiempo me fui calmando; la desdicha se había cebado en
mi corazón, pero ya no hablaba de forma incoherente de mis crímenes; me bastaba
tener conciencia de ellos. Forzándome con la más extrema violencia, reprimía la voz
imperiosa de la desventura, que a veces pugnaba por manifestarse al mundo, y mi
actitud se fue haciendo sosegada como no lo había sido desde mi visita al mar de
hielo.
Unos días después de nuestra partida de París, camino de Suiza, recibí la siguiente
carta de Elizabeth:
Mi querido amigo:
Me ha producido una inmensa alegría el recibir carta de mi tío desde París; ya no
estáis tan lejísimos, y tengo esperanzas de verte antes de dos semanas. ¡Pobre primo
mío, cuánto has debido sufrir! Me temo que te voy a encontrar peor que cuando te
marchaste de Ginebra. Este invierno ha sido para mí de lo más desventurado, por las
torturas que me ha infligido la angustiosa incertidumbre; sin embargo, espero ver la
paz reflejada en tu rostro y descubrir que tu corazón no está totalmente vacío de
serenidad y sosiego.
Sin embargo, tengo miedo de que los mismos sentimientos que tanto te hicieron
sufrir el año pasado hayan aumentado con el tiempo. No quisiera preocuparte en estos
momentos en que tantas desventuras pesan sobre ti; pero tuve una conversación con
mi tío, antes de marcharse, que requiere cierta explicación antes de que nos veamos.
¡Una explicación! Probablemente te dirás: «¿Qué puede tener que explicarme
Elizabeth?». Si piensas eso verdaderamente, mis preguntas quedan contestadas y mis
dudas satisfechas. Pero estás lejos de mí, y es posible que temas y quieras esta
explicación; y en la eventualidad de que sea este el caso, no me atrevo a posponer
más tiempo el hablar de algo que a menudo he deseado decirte durante tu ausencia,
aunque nunca he tenido el valor de empezar.
Tú sabes bien, Victor, que nuestra unión ha sido el ilusionado proyecto de tus
padres desde nuestra infancia. Nos lo dijeron desde muy jóvenes, y nos enseñaron a
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