Page 137 - Auge y caída del antiguo Egipto
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la  claustrofóbica  oligarquía  que  reinaba  en  la  corte  de  Teti.  El  visir  Kagemni
               ejerció una autoridad sin parangón por ser la mano derecha del rey. Su sucesor,

               Mereruka, disfrutó de gran riqueza y estatus, así como de lujos inimaginables

               para la mayoría de la población. Podía deleitar su paladar con «alta cocina» de lo
               más exótica; las escenas de cría de animales que aparecen en su tumba van más

               allá  de  las  representaciones  normales  del  ganado  vacuno  para  incluir  también

               antílopes semidomesticados comiendo en sus pesebres, grullas alimentadas a la

               fuerza  (al  parecer,  el  foiegras  formaba  parte  del  menú  de  la  VI  Dinastía),  y
               también  —lo  más  extraño  de  todo—  hienas  sometidas  a  engorde  para  su

               posterior consumo.

                  Tales refinados placeres eran la recompensa por unos servicios ultraleales al
               rey, y estaban destinados a asegurar que los más estrechos colaboradores de Teti

               fueran también sus más firmes partidarios. Sin embargo, el mayor peligro para

               su corona, y de hecho para su vida, no provendría de sus principales ministros,

               sino  de  los  parientes  reales  descontentos,  especialmente  la  descendencia
               masculina de sus esposas menores. Para ellos, un intento de golpe de Estado, por

               muy arriesgado que fuese, representaba la única alternativa a una vida de ociosa

               frustración. Si hemos de creer al historiador Manetón, Teti sufrió justamente ese
               destino,  pues  fue  asesinado  en  un  complot  palaciego.  También  las  evidencias

               contemporáneas  apuntan  a  un  paréntesis  en  la  sucesión,  con  un  rey  efímero,

               Userkara, que gobernó durante el más breve de los períodos tras la muerte de
               Teti y al que ni siquiera se consideró digno de mención en las biografías de la

               época. Por ello, quizá no resulte sorprendente que cuando el heredero escogido

               por  Teti,  Pepy  I,  finalmente  hizo  valer  su  derecho  de  nacimiento  y  fue
               entronizado como rey, aplicara una política de extrema cautela, depositando un

               grado de confianza inusualmente elevado en un número muy reducido de altos

               funcionarios, especialmente su suegra —a la que nombró visir del Alto Egipto—

               y su cuñado Dyau. Pepy desplegó una vigorosa política destinada a reafirmar el
               prestigio  real  encargando  capillas  de  culto  consagradas  a  sí  mismo  en

               importantes emplazamientos de todo el país, desde Bast, en la parte central del
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