Page 139 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Cuando se iniciaron procedimientos secretos en el harén real contra la «Grande del Cetro» [es decir, la
                  reina],  Su  Majestad  [el  rey]  me  mandó  que  juzgara  por  mí  mismo.  Allí  no  había  ni  juez  ni  visir  ni
                  funcionario,  solo  yo  …  Nunca  antes  alguien  como  yo  había  oído  un  secreto  del  harén  real;  pero  Su
                  Majestad me hizo juzgarlo, porque yo era excelente en el corazón de Su Majestad, más que ninguno de
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                  sus funcionarios, más que ninguno de sus nobles, más que ninguno de sus sirvientes.

                  Las  recompensas  de  Ueni  fueron  proporcionales  a  sus  leales  servicios:  el

               ascenso al rango de «compañero único» y un sarcófago de piedra, este último un

               signo de estatus normalmente reservado a los miembros de la familia real. El

               gran monolito fue transportado «en una gran barcaza de la Residencia junto con
               su  tapa,  una  falsa  puerta,  una  mesa  de  ofrendas,  dos  jambas  y  una  mesa  de

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               libaciones»,  por una compañía de marinos al mando de un portador del sello
               real. Esta muestra de favor regio debía de constituir un destacado honor; ser el
               responsable de la seguridad del rey tenía sus compensaciones.

                  Pero en el incierto mundo de la VI Dinastía, los peligros que debía afrontar un

               soberano egipcio no solo provenían de su propio palacio. También más allá de
               las  fronteras  del  territorio  egipcio,  otros  pueblos  menos  afortunados  —los

               mismos nómadas tan despiadadamente caricaturizados en los relieves de Unis—

               empezaban  a  mirar  las  riquezas  del  valle  del  Nilo  con  ojos  cada  vez  más
               codiciosos.  Aquellos  «habitantes  de  la  arena»,  como  les  llamaban

               despectivamente  los  egipcios,  se  rebelaron  entonces  contra  siglos  de

               dominación, provocando una respuesta tan inmediata como salvaje. El mando de

               la operación para sofocar la insurgencia le fue confiado a Ueni. Cambiando la
               dorada  opulencia  del  real  guardarropa  por  el  polvoriento  campo  de  batalla,

               dirigió un ejército de reclutas egipcios y mercenarios nubios que avanzó a través

               del  delta  para  enfrentarse  a  los  rebeldes  en  su  desértica  patria  del  sur  de
               Palestina. En una clásica maniobra de tenaza, ordenó a la mitad de su ejército

               que avanzara por mar y desembarcara en la retaguardia enemiga, mientras la otra

               mitad marchaba por tierra para realizar un ataque frontal. Esta estrategia dio la

               victoria  a  los  egipcios,  pero  los  nómadas  no  cedieron  fácilmente.  En  su
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