Page 168 - Auge y caída del antiguo Egipto
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estableció  un  nuevo  puesto  defensivo  dos  provincias  más  al  norte.  Una  vez
               cortadas las vías de ayuda, Cheni y Abedyu resultaron ser objetivos mucho más

               fáciles,  y  no  hizo  falta  mucho  tiempo  para  conquistarlas.  Para  señalar  sus

               victorias, Intef envió una carta a su rival en Heracleópolis, acusando al rey Jety
               de  haber  «desatado  una  tormenta»  sobre  Taur.  El  mensaje  era  evidente:  al  no

               haber  sabido  proteger  los  lugares  sagrados  de  Abedyu,  Jety  había  perdido  su

               derecho a la realeza.

                  En cambio, Intef estaba decidido a demostrar que él era un rey justo además
               de un poderoso conquistador. Feroz en la batalla pero magnánimo en la victoria,

               mostró su determinación de ganar la batalla de las mentes y los corazones de la

               población repartiendo alimentos en las diez provincias de su nuevo reino. De ese
               modo, uno de sus más estrechos colaboradores podría afirmar que fue «un gran

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               sostén  de  la  patria  en  un  año  de  escasez».   Naturalmente,  tales  alardes
               contenían una buena dosis de guerra psicológica. Pero al parecer la piedad de

               Intef era auténtica. Su magnífica estela funeraria, erigida en su tumba rupestre en
               Tebas, resulta notable no por su lista de gestas bélicas (los acontecimientos de la

               guerra  civil  brillan  por  su  ausencia),  sino por su extraordinario himno al  dios

               solar Ra y a Hathor, la diosa protectora que, según se creía, residía en las colinas
               tebanas. Los versos aluden a la fragilidad humana y al temor a la muerte que se

               ocultan tras el semblante de un gran líder guerrero:


                                     Encomienda(me) a las horas del atardecer:
                                     Que ellas me protejan;
                                     Encomienda(me) a la madrugada:
                                     Que ella deposite su protección en torno a mí;
                                     Yo soy el niño de pecho de la madrugada,
                                     Yo soy el niño de pecho de las horas del atardecer. 13


                  La  muerte  de  un  rey  representaba  siempre  un  momento  de  gran  inquietud.

               ¡Cuánto más preocupante no debía de resultar para los tebanos cuando el rey que
               dejaba el trono era un héroe de guerra de la talla de Intef II! Y, sin embargo, un
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