Page 173 - Auge y caída del antiguo Egipto
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en tierras tebanas, resultaba todavía más explícito. Mostraba una fila de cuatro
cautivos de rodillas, aguardando lastimeramente su destino: ser apaleados por el
rey hasta morir. El primero de la fila —delante del nubio, del asiático y del libio
de rigor— era un egipcio, un representante de los «jefes de las Dos Tierras»;
para el nuevo rey de Egipto, la seguridad nacional empezaba dentro de sus
propias fronteras. Después de décadas de guerra y actividad paramilitar
destinada a sofocar cualquier oposición, Mentuhotep se sentía lo bastante seguro
como para dejar constancia de su indiscutible estatus de gobernante de un Egipto
reunificado. Y lo hizo a la típica manera egipcia, adoptando un nuevo título, una
tercera versión de su nombre de Horus: Seme-tauy, «el que unifica las Dos
Tierras». La lucha entre facciones y las disensiones internas del «tiempo de
aflicción» habían pasado a la historia. Egipto podía vanagloriarse de nuevo de
ser una nación unificada y pacífica, gobernada por un rey-dios. Se iniciaba así el
Imperio Medio.
El monumento a la perpetua memoria de Mentuhotep constituye un paradigma
de su determinación de reafirmar el culto al soberano y de proyectar su imagen
como el monarca que restauró la empañada reputación de la realeza. Mentuhotep
ordenó que, en una entrada que formaban las colinas de Tebas oeste —las
mismas colinas que dieran a sus antepasados su primera victoria militar—, se
iniciaran los trabajos de construcción de un suntuoso monumento funerario.
Como correspondía a un rey reunificador y al artífice de un renacimiento, en él
se amalgamaban ideas viejas y nuevas. Su arquitectura combinaba
inteligentemente elementos de las tumbas tebanas de sus ancestros y de las
pirámides menfitas del Imperio Antiguo en un diseño tan radical como
innovador. La decoración incluía escenas de batallas junto a otras imágenes más
tradicionales de la realeza. Alrededor de la real tumba se dispusieron
enterramientos para los más estrechos colaboradores y los lugartenientes más
leales del rey. En un deliberado remedo del gran cementerio de la corte de la IV
Dinastía en Giza, los cortesanos del rey habrían de rodear a su monarca en la
muerte, tal como lo habían hecho en vida.