Page 172 - Auge y caída del antiguo Egipto
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vivían en sencillas viviendas de adobe y que se pasaban el día cultivando los
campos, como hicieran sus antepasados durante incontables generaciones. Pero
la ciudad albergaba también a un número cada vez mayor de familias más
acomodadas, una naciente clase media de comerciantes y burócratas de bajo
rango que tenían casas más grandes en los barrios más elegantes. De haber sido
Tebas otro centro comercial cualquiera, sus horizontes podrían haber seguido
siendo bastante limitados; pero, con la ciudad catapultada a una posición
destacada a escala nacional, proliferaban las oportunidades de progreso. Habían
llegado las vacas gordas.
Bajo el reinado de Mentuhotep, la sede dinástica se convirtió formalmente en
la nueva capital nacional, y se empezó a nombrar a tebanos prominentes para
ocupar todos los altos cargos del Estado. A las reformas administrativas no
tardaron en seguirles las teológicas. Para señalar el final de la guerra civil, el rey
había cambiado su nombre de Horus a Necher-hedyet, «divino señor de la
corona blanca», y se había embarcado en un programa radical de autopromoción
y autodeificación, destinado a restablecer y reconstruir la ideología de la realeza
divina que había quedado tan maltrecha en los años de luchas internas. Desde
Abedyu y Iunet hasta Nejeb y Abu, Mentuhotep encargó una serie de recargados
edificios de culto, casi siempre consagrados a sí mismo como el elegido de los
dioses. En Iunet, adoptó el epíteto sin precedentes de «el dios viviente, primero
entre los reyes». La deificación del rey durante su vida y reinado marcó un
nuevo punto de partida en la ideología de la realeza. Era evidente que
Mentuhotep no era hombre de medias tintas.
El rey utilizó también esos monumentos para transmitir un crudo mensaje
político a cualesquiera posibles rebeldes que pudieran quedar en las provincias
del norte. En su capilla en Iunet se le retrataba en la secular postura de golpear a
un enemigo, pero la simbólica víctima estaba representada por un par de tallos
de papiro entrelazados, simbolizando el Bajo Egipto. La inscripción adjunta
subrayaba este aspecto, añadiendo «las marismas» a la tradicional lista de
enemigos de la nación egipcia. Un relieve del santuario de Mentuhotep en Inerty,