Page 174 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Pero el componente más estremecedor descubierto en todo el complejo
funerario era un sencillo foso sin decoración tallado en la roca y visible desde el
vasto edificio del rey. En el foso, que fue uno de los primeros elementos del
grandioso diseño de Mentuhotep que se completaron, se encontraron los cuerpos
envueltos en lino de sesenta o más hombres, amontonados unos encima de otros.
En vida, todos ellos habían sido altos y fuertes, con una estatura media de 1,76
metros, y sus edades oscilaban entre los treinta y los cuarenta años. Pese a su
fortaleza, todos ellos habían sucumbido al mismo infortunio: las lesiones de sus
cuerpos eran principalmente heridas de flecha y traumas causados por objetos
pesados y contundentes lanzados desde gran altura. La razón era que aquellos
hombres eran soldados, caídos en combate cuando asaltaban una ciudad
fortificada. Las cicatrices revelaban que algunos de ellos eran veteranos ya
curtidos en el combate. Pero en aquella su prueba final no se habían enfrentado a
una lucha cuerpo a cuerpo, sino a una guerra de asedio. Las flechas y proyectiles
que habían llovido sobre ellos desde las almenas habían matado a algunos de
inmediato, ya que sus cabellos fuertemente rizados apenas les habían ofrecido
protección alguna. Otros soldados, heridos pero todavía vivos, habían sido
brutalmente aniquilados en el campo de batalla aplastando sus cráneos con
garrotes. En el fragor de la batalla, sus cuerpos habían sido abandonados a
merced de los buitres. Solo una vez ganado el combate y tomada la ciudad, los
supervivientes pudieron recoger a sus muertos (algunos de ellos ya agarrotados
por el rigor mortis), despojarlos de sus ropas empapadas de sangre y vendarlos
con lino, preparándolos para ser enterrados. No se hizo el menor intento de
momificar los cadáveres, y apenas se hicieron distinciones entre los diferentes
rangos de los difuntos. Únicamente se vendó más a conciencia a los dos
oficiales, a los que se colocó en sencillos ataúdes sin decoración. Por último,
antes de proceder al entierro, los nombres de los muertos fueron escritos con
tinta en sus envolturas de lino: puros nombres tebanos como Ameny,
Mentuhotep o Intefiqer; patronímicos familiares como Senbebi («hermano de
Bebi») o Saipu («hijo de Ipu»), y también otros nombres como Sobejotep,