Page 183 - Auge y caída del antiguo Egipto
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amanecer,  único  entre  los  fenómenos  naturales,  ofrecía  la  promesa  diaria  del
               renacimiento  tras  la  oscuridad  de  la  noche  anterior.  Un  par  de  ojos  mágicos,

               pintados en la cara este del ataúd y cuidadosamente alineados con el rostro de la

               momia, permitían al difunto «contemplar» el amanecer mirando hacia la tierra de
               los vivos. Esos ojos recordaban deliberadamente a las manchas de la cabeza de

               un halcón, lo que otorgaba al difunto el poder de Horus de verlo todo. Por medio

               de este simbolismo de entrelazamientos y yuxtaposiciones, la persona fallecida

               era identificada con Osiris, dios del inframundo, y ayudada por Ra y Horus, las
               dos deidades celestes más poderosas.

                  Y así, segura dentro de su ataúd, renacida y vivificada por los rayos del sol, la

               momia transfigurada partía en su viaje de ultratumba. O más bien sus viajes. De
               una forma característicamente egipcia, se concebían dos vías distintas de acceso

               al paraíso. Ambas se describían en el Libro de los dos caminos, el primero de los

               «libros de ultratumba» del antiguo Egipto. Esta particular colección de Textos de

               los Sarcófagos expresa dos destinos contrapuestos, lo que revela dos líneas de
               creencias rivales que ya se habían articulado en los Textos de las Pirámides del

               Imperio Antiguo. Un más allá celestial con el dios solar seguía siendo una muy

               buena  opción,  que,  además,  por  entonces  resultaba  accesible  a  todos.  Para
               participar  en  esta  versión  del  paraíso,  el  alma  del  difunto,  que  se  imaginaba

               como  un  pájaro  con  cabeza  humana,  saldría  volando  del  ataúd  y  se  elevaría

               desde la tumba hasta los cielos. Todas las noches, cuando el sol se hundiera en el
               inframundo,  regresaría  de  nuevo  a  la  momia  en  busca  de  seguridad.  Este

               concepto del alma (o ba) ilustra perfectamente la predisposición y el talento de

               los  antiguos  egipcios  para  la  elaboración  del  discurso  teológico.  El  ba,
               concebido como una personalidad individual, existía como una especie de álter

               ego  durante  la  vida,  pero  solo  manifestaba  su  presencia  tras  la  muerte,

               permitiendo  al  difunto  tomar  parte  en  el  ciclo  solar.  No  obstante,  para  poder

               renacer todas las mañanas, tenía que reunificarse todas las noches con Osiris (en
               la forma del cuerpo momificado).

                  El equivalente del ba era el ka, el espíritu eterno que requería del sustento de
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