Page 184 - Auge y caída del antiguo Egipto
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la comida y la bebida para sobrevivir, y a través del cual el difunto podía seguir
               el camino alternativo, el viaje a través del inframundo hasta la morada de Osiris.

               Desde la Tierra de la Vida, el difunto iniciaba un viaje épico hacia su destino

               último, el Campo de la Ofrenda. Este territorio mítico, creían los egipcios, estaba
               situado  cerca  del  horizonte  oriental,  el  lugar  por  donde  salía  el  sol;  aunque

               formaba parte del inframundo, contenía no obstante la promesa del renacimiento.

               Como el ka viajaba de oeste a este, seguía el recorrido nocturno del sol a través

               del reino de las tinieblas y compartía su renovación diaria. Pero realizar el viaje
               sano y salvo no era tarea fácil. Según los Textos de los Sarcófagos, el camino

               estaba lleno de obstáculos y sembrado de peligros: puertas que cruzar, ríos que

               vadear,  demonios  que  aplacar  y conocimientos esotéricos que dominar. En un
               ejemplo  concreto,  el  muerto  debía  aprenderse  las  diversas  partes  de  un  navío

               para ganarse un sitio en el barco del dios solar. Los conjuros proporcionaban los

               medios  mágicos  para  superar  tales  obstáculos,  y  algunos  ataúdes  incluso  se

               decoraban (por el interior, para comodidad del difunto) con mapas detallados del
               inframundo, cartografiando los diversos mares, islas, cursos de agua y poblados

               situados  a  lo  largo  del  camino  al  Campo  de  la  Ofrenda.  Las  escabrosas

               descripciones de lo que había entre la muerte y la salvación evocan una visión
               del  infierno  propia  de  Hieronymus  Bosch,  El  Bosco,  reflejando  el  horror

               universal a la muerte y el deseo desesperado de una vida eterna. Los temores de

               los antiguos egipcios iban desde las demasiado familiares aflicciones de la sed y
               la inanición hasta el peculiar horror de un mundo al revés en el que tuvieran que

               andar  con  la  cabeza,  beber  orina  y  comer  excrementos.  Los  Textos  de  los

               Sarcófagos muestran la imaginación humana en su forma más febril.
                  El  destino  último,  no  obstante,  compensaba  de  todas  aquellas  penas  y

               tribulaciones. Los egipcios imaginaban los dominios de Osiris como los Campos

               Elíseos, un paisaje de exuberantes tierras de cultivo abundantemente regadas que

               proporcionaban  cosechas  excepcionales;  de  huertas  y  jardines  que  daban
               abundantes productos; de paz y plenitud por toda la eternidad. Llegado al final

               de su viaje, el difunto podía esperar un más allá lleno de satisfacciones:
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