Page 208 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Y  por  si  acaso  tales  exhortaciones  caían  en  saco  roto,  para  respaldarlas  se

               incluía un escalofriante recordatorio de la vigilancia del Estado:


                    Él ve lo que hay en los corazones;
                    sus ojos descubren a todo el mundo. 10


                  Pero a pesar de esa avalancha de mandamientos textuales para respaldar a la

               monarquía,  el  malestar  político  que  había  desestabilizado  a  Egipto  durante  el

               reinado de Amenemhat I volvió a reproducirse. Así, hubo que enviar una nueva
               expedición al Desierto Occidental «para proteger el territorio de los habitantes

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               de los oasis»,  mientras que, en el propio valle del Nilo, los templos de Dyerty
               (la  actual  Tod)  y  Abu,  en  el  sur  del  país,  eran  saqueados  y  destruidos.  De

               aquellos actos de profanación se culpó a los sospechosos habituales (asiáticos y
               nubios),  pero  probablemente  fueron  provocados  o  secundados  por  insurgentes

               egipcios. Las fuerzas del rey lograron restablecer la ley y el orden, y los rebeldes

               fueron capturados y quemados vivos como antorchas humanas. Luego Senusert I
               centró directamente su atención en la construcción de templos locales en todo el

               territorio de las siete provincias más meridionales de Egipto (la vieja «Cabeza

               del  Sur»,  el  que  fuera  el  corazón  de  la  XI  Dinastía).  Una  de  las  nuevas
               construcciones más hermosas era un «pabellón del jubileo» anexo al templo de

               Amón en Ipetsut. Sus delicados relieves, de fina caliza blanca, representan al rey

               y al dios abrazados, una metáfora visual de la supuesta legitimidad del régimen.
               Sin  embargo,  junto  con  esta  noble  imaginería,  el  pabellón  revela  asimismo  la

               obsesión del Imperio Medio por la burocracia. A lo largo de su base aparecen

               enumeradas las cuarenta y dos provincias de Egipto, cada una de ellas con su

               deidad  representativa,  junto  con  la  extensión  geográfica  de  cada  provincia  en
               «unidades fluviales» (equivalentes a unos diez kilómetros). En manos egipcias,

               un esquema decorativo destinado a demostrar el carácter global del gobierno del

               rey no podía resistirse a la tentación de incluir alguna información puramente
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