Page 214 - Auge y caída del antiguo Egipto
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social más absolutos proporcionaba el trasfondo literario que permitía justificar
               como  algo  necesario,  e  incluso  beneficioso,  el  firme  gobierno  del  rey.  Estas

               composiciones, extremadamente refinadas, explotaban la mentalidad egipcia, la

               cual,  moldeada  por  el  precario  equilibrio  de  la  existencia  y  las  acusadas
               dicotomías  de  la  naturaleza  en  el  valle  del  Nilo  (inundación  y  sequía,  día  y

               noche, tierra fértil y desierto árido), veía el mundo como una constante batalla

               entre  el  orden  y  el  caos.  Iban  directamente  dirigidas  a  la  élite  ilustrada  que

               rodeaba al rey, y que al parecer se debilitó bajo aquel constante bombardeo de
               propaganda.

                  Tras haber sometido así a su círculo de personas más allegadas, Senusert III

               centró su atención en los poderosos gobernadores que desde los días de la guerra
               civil  habían  ejercido  una  autoridad  considerable  en  las  provincias  del  Egipto

               Medio. En teoría, obviamente, todos ellos ostentaban su cargo por voluntad del

               rey, y para Senusert habría sido perfectamente posible limitarse a destituir a los

               nomarcas que se negasen a designar un sucesor. Pero era demasiado astuto para
               realizar una exhibición de fuerza tan descarada frente a la que no dejaba de ser

               una  influyente  clase  política.  No  tenía  sentido  correr  el  riesgo  de  reavivar  la

               disidencia que había ensombrecido los últimos años de la XII Dinastía, al menos
               no  cuando  existía  otra  posible  vía  de  acción.  El  camino  que  eligió  fue

               implacable, calculado y brillante: neutralizar a los nomarcas, y a sus herederos

               potenciales, bajo el pretexto de ascenderlos de categoría. Alejados de sus bases
               de poder regionales por el ofrecimiento de prestigiosos (y lucrativos) cargos en

               la  corte,  hombres  como  Jnumhotep  III,  de  Beni  Hassan,  se  trasladaron  a  la

               residencia real para disfrutar de las ventajas de un elevado cargo, dejando así que
               sus provincias fueran gobernadas desde el centro. En el plazo de una generación,

               los nomarcas habían desaparecido de la escena política egipcia. Y, una vez en la

               corte, a los funcionarios se les llevó de nuevo al redil; luego serían enterrados en

               tumbas  proporcionadas  por  el  rey,  dispuestas  en  una  ordenada  hilera  en  el
               cementerio de la corte.

                  Esta  obsesión  dinástica  por  la  planificación  rígida  encontró  una  nueva
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