Page 254 - Auge y caída del antiguo Egipto
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partidarios, y aquellos «descontentos» planteaban claramente una amenaza real
               al  gobierno  y  sus  planes.  La  respuesta  del  rey  fue  tan  inmediata  como

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               implacable: «Su Majestad lo mató; su banda fue aniquilada».  Los disidentes (o
               guerrilleros)  habían  tenido  su  oportunidad,  pero  la  habían  desperdiciado.  No
               volvería  a  haber  otra  rebelión  abierta  contra  la  monarquía  egipcia  hasta

               transcurridos quinientos años.

                  Junto con los retos políticos llegaron también los desastres naturales. Al norte

               de Egipto, la civilización minoica se había visto devastada recientemente por la
               erupción volcánica de Thera. La nube de ceniza había enterrado por completo la

               colonia minoica de Akrotiri, mientras que los cascotes ardientes que cayeron del

               cielo habían destruido cosechas y casas incluso en Creta, a 240 kilómetros de
               distancia.  Debilitado  por  el  hambre  y  la  inestabilidad  social  resultantes,  el

               mundo minoico, que había dominado el Egeo durante cinco siglos, de repente

               parecía  vulnerable,  un  hecho  que  no  pasó  desapercibido  a  la  pequeña  pero

               ambiciosa ciudad de Micenas, en la península griega. Más o menos al mismo
               tiempo, aunque probablemente sin conexión alguna con el cataclismo de Thera,

               un  desastre  meteorológico  asoló  Egipto:  una  violenta  tormenta  azotó  al  país,

               provocando  grandes  daños  materiales,  incluida  la  residencia  real.  Decidido  a
               rectificar  aquella  señal  de  disgusto  divino  tan  vigorosamente  como  había

               sofocado  la  rebelión  tebana,  Ahmose  ordenó  la  restauración  de  los  edificios

               dañados  por  las  inundaciones  y  la  reposición  del  mobiliario  del  templo,  de
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               manera que Egipto fuera «devuelto a su anterior estado».  A la hora de dejar
               constancia de sus piadosas acciones para la posteridad, el rey se complacería en

               comparar los daños causados por la tempestad con los recientes estragos de los
               hicsos.  El  mensaje  era  evidente:  cualquiera  que  fuera  el  origen  del  caos,

               Ahmose, el verdadero rey y defensor de la creación, impondría en su lugar el

               orden.





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