Page 265 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Las fronteras se ensanchan
TORMENTA DE FUEGO SOBRE NUBIA
El renacimiento del Imperio Nuevo egipcio entrañaba una profunda paradoja: la
artífice del restablecimiento de la antigua gloria del país había sido la institución
de la monarquía hereditaria, pero, a la vez, ese mismo sistema adolecía de un
punto débil fundamental. Durante dos generaciones sucesivas, el trono había
pasado a manos de menores de edad. Aunque ello había dado a las mujeres de la
familia real una oportunidad sin precedentes para ejercer el liderazgo, el hecho
de que la sagrada dignidad real estuviera en manos de un niño, dependiente de
otras personas para la dirección del Estado, no puede decirse que concordara
exactamente con el ideal egipcio, ni tampoco era la mejor receta para un
gobierno fuerte. Y, lo que era aún peor, la endogamia favorecida por los
gobernantes tebanos de finales de la XVII Dinastía y comienzos de la XVIII
había venido a reducir el acervo genético hasta un punto peligroso: Amenhotep I
y su hermana-esposa eran a su vez hijos de otro matrimonio entre hermanos,
como también lo fueran sus padres. Con solo dos bisabuelos entre ellos, quizá no
resulta sorprendente que Amenhotep I y la reina no pudieran tener hijos. De
hecho, lo extraordinario es que no se vieran afligidos por afecciones congénitas
más graves.
La monarquía no es nada sin una sucesión asegurada, y la falta de un heredero
planteaba el peligro de echar a perder los logros, ganados a costa de mucho
esfuerzo, de Amenhotep y su dinastía. Pero lo que al rey le faltaba en cuanto a
fertilidad lo compensaba con creces en capacidad estratégica. Reconociendo el