Page 269 - Auge y caída del antiguo Egipto
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particularmente inflexible de crueldad exultante y militarismo desenfrenado.
                  Antes de dejar Nubia, el rey ordenó que se construyeran una serie de ciudades

               fortificadas,  repartidas  por  todos  los  territorios  conquistados,  a  fin  de

               proporcionar  a  los  egipcios  un  enclave  permanente  en  Kush  y  disuadir  a  la
               población de futuras rebeliones. Uno de aquellos fuertes, con la rimbombancia

               habitual,  recibió  el  nombre  de  «Nadie  osa  enfrentarse  a  él  de  entre  todos  los

               Nueve  Arcos  [los  enemigos  tradicionales  de  Egipto]».  Para  facilitar  su

               administración,  Nubia  fue  dividida  en  cinco  distritos,  cada  uno  de  ellos
               controlado por un gobernador que juraba lealtad al rey egipcio. En una nueva

               medida encaminada a inculcar esa lealtad, los hijos de los jefes nubios fueron

               llevados a la fuerza a Egipto a fin de ser «educados» en la corte junto con sus
               señores, con la esperanza de que, de ese modo, aprendieran las costumbres y la

               cosmovisión  egipcias.  Al  mismo  tiempo,  servían  como  rehenes  convenientes

               frente a una posible insurrección de sus parientes que habían quedado en Nubia.

                  Otra  clase  de  «deportación»  mucho  más  terrible  aguardaba  al  derrotado
               gobernante de Kerma. Si hemos de creer a las fuentes documentales egipcias,

               este  fue  derribado  en  la  batalla  por  el  propio  Thutmose  I;  de  ser  así,  tuvo  la

               suerte de tener una muerte rápida. En el triunfal viaje de regreso de los egipcios,
               el cadáver del enemigo fue atado a la proa del buque insignia de Thutmose, el

               Halcón. Allí permaneció colgado, putrefacto y lleno de moscas, como espantoso

               mascarón símbolo de la victoria del rey y horrenda advertencia a cualesquiera
               otros posibles enemigos. Una vez en Egipto, el conquistador dio las gracias a los

               dioses por su victoria dedicándoles una estela en el centro sagrado de Abedyu.

               Al  final  de  las  habituales  fórmulas  piadosas,  el  rey  volvió  a  las  andadas,
               deleitándose en su sometimiento de los pueblos extranjeros: «Hice de Egipto el

               amo, y de todas las tierras sus sirvientes».     4

                  La tarea de construcción imperial de Thutmose había adquirido por entonces

               un celo religioso.
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