Page 274 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Que una mujer llevara las riendas del poder en el antiguo Egipto no era un
               hecho sin precedentes; a finales de la XII Dinastía, una reina, Sobekneferu, había

               ocupado el trono durante un breve período. En épocas más recientes, durante las

               convulsiones y la reconstrucción de finales de la XVII y XVIII Dinastías, tres
               generaciones sucesivas de reales damas, Tetisheri, Ahhotep y Ahmose-Nefertari,

               habían ejercido una gran influencia en los asuntos del Estado. Teniendo esto en

               cuenta, Hatshepsut simplemente se limitaba a seguir esa tradición cuando pasó a

               ejercer de regente en nombre de Thutmose III, hijo de Thutmose II e hijastro
               suyo.  Como  deja  clara  una  inscripción  contemporánea,  la  autoridad  de

               Hatshepsut tuvo un talante distinto desde el primer momento. Tras la muerte de

               su esposo…


                    Su hijo se alzó en su lugar como rey de las Dos Tierras, habiendo asumido el dominio del trono de su
                  progenitor; mientras que su hermana, la Esposa del Dios Hatshepsut, dirigía los asuntos de la tierra, y las
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                  Dos Tierras se sometían a sus consejos. A ella se sirve; Egipto inclina la cabeza.


                  Su posición como «esposa del dios» le daba cierta autoridad, especialmente en

               la  región  tebana;  pero  Hatshepsut  y  sus  cortesanos  debían  de  ser  plenamente
               conscientes de que ella no era la madre del rey, sino tan solo su tía y madrastra.

               Para  ella,  ejercer  un  control  absoluto  del  gobierno  requeriría  de  la  adecuada

               coartada ideológica y de la pertinente justificación teológica. Su primera y audaz

               medida  fue  adoptar  el  equivalente  de  un  nombre  de  trono  real,  que  utilizaría
               junto  con  sus  títulos  de  reina.  Luego,  en  1473,  cuando  llevaba  siete  años  de

               regencia,  Hatshepsut  tomó  la  vital  e  irrevocable  decisión  de  adoptar  toda  la

               parafernalia de la dignidad real: los atributos de coronas y cetros, los títulos y
               estilos  consagrados  de  la  monarquía  egipcia.  Aunque  tenía  que  compartir  el

               trono  con  su  joven  hijastro,  no  cabía  duda  de  cuál  de  los  dos  corregentes

               ostentaba mayor poder. Se había iniciado el reinado de Hatshepsut propiamente

               dicho.
                  A raíz de tan heterodoxo ascenso al trono, la nueva reina y sus consejeros se
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