Page 275 - Auge y caída del antiguo Egipto
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embarcaron en un programa concertado de mitificación destinado a reforzar su
               legitimidad. Fomentaron el mito de su origen divino y reescribieron la historia

               para dar a entender que su padre la había escogido en vida como su heredera

               natural. En monumentos e inscripciones, la reina hizo hincapié conscientemente
               en los logros de su padre, calificándose de «la primogénita del rey» e ignorando

               estudiadamente el breve reinado de su difunto esposo. Era como si Thutmose II

               no hubiera existido nunca y el trono hubiera pasado directamente de Thutmose I

               a Hatshepsut.
                  Puede que este juego de manos convenciera a algunos de sus detractores, pero

               seguía quedando la espinosa cuestión de su género. La ideología de la realeza

               requería,  de  hecho  exigía,  un  soberano  masculino.  Pero  Hatshepsut,  como  su
               propio nombre anunciaba, era una mujer. Su respuesta a este problema resultó

               ser profundamente esquizofrénica. En algunos monumentos, especialmente los

               que databan de la época anterior a su ascenso al trono, hizo que se volviera a

               grabar  su  imagen  para  darle  el  aspecto  de  un  hombre.  En  otros,  hizo  que  se
               aplicaran  epítetos  femeninos  a  monarcas  varones  del  pasado  en  un  aparente

               intento  de  «feminizar»  a  sus  ancestros.  Por  su  parte,  aun  cuando  se  la

               representaba  como  a  un  hombre,  Hatshepsut  solía  utilizar  epítetos
               gramaticalmente femeninos, calificándose a sí misma como la hija (y no hijo) de

               Ra,  o  señora  (y  no  señor)  de  las  Dos  Tierras.  La  tensión  entre  un  cargo

               supuestamente masculino y el género femenino de quien lo ostentaba, no llegaría
               a resolverse de manera satisfactoria. Así pues, apenas resulta sorprendente que a

               los  consejeros  de  Hatshepsut  se  les  ocurriera  un  nuevo  circunloquio  para  la

               monarca:  en  adelante,  el  término  con  el  que  se  designaba  al  palacio,  per-aa
               (literalmente «casa grande»), se aplicaría también a su principal morador; así,

               peraa  («faraón»),  una  palabra  que  carecía  de  flexión  de  género,  pasaría  a

               convertirse en el peculiar término con el que se designaría al soberano egipcio.

                  Mientras que Thutmose I había centrado sus esfuerzos en crear un imperio, el
               mayor  deseo  de  su  hija  fue  cubrir  Egipto  de  edificios  adecuados  a  su  nuevo

               estatus. El reinado de Hatshepsut resulta notable, cuando menos, por el número y
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