Page 276 - Auge y caída del antiguo Egipto
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la  audacia  de  sus  monumentos,  desde  un  santuario  rupestre  excavado  en  las
               montañas del Sinaí hasta un templo de piedra erigido en el interior de la fortaleza

               de Buhen, en Nubia. Pero fue Tebas la que más se benefició de sus planes. El

               paisaje sagrado de la ciudad, establecido en los mismos comienzos del Imperio
               Nuevo,  ofrecía  a  Hatshepsut  la  oportunidad  sin  parangón  de  hacer  que  se  la

               asociara  aún  más  estrechamente  con  el  dios  estatal  Amón-Ra,  y,  en

               consecuencia,  de  que  se  silenciara de una vez por todas a sus detractores y a

               quienes dudaban de ella. Durante generaciones, el principal templo de Amón-Ra
               en Ipetsut había gozado de una importancia teológica que sus proporciones más

               bien modestas parecían desmentir. Hatshepsut cambió esa situación. Se propuso

               transformarlo  en  un  auténtico  santuario  nacional,  añadiendo  una  «noble  sala
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               hipóstila»   entre  las  dos  puertas  monumentales  que  edificara  su  padre.  En  el
               corazón del templo reformó el santuario del Imperio Medio, mientras que, en el

               lado sur, sus arquitectos situaron una inmensa puerta nueva, la mayor hasta la

               fecha, precedida de seis colosales estatuas de la reina. Cerca de ella mandó erigir
               una capilla construida con bloques de arenisca roja y granito negro, cada uno de

               ellos decorado con exquisitas escenas en las que se representaba a Hatshepsut

               realizando los rituales y deberes de la realeza. En la cara norte del templo ordenó
               construir una residencia real con el revelador nombre de «El palacio real “No

               estoy lejos de él” [de Amón-Ra]».

                  El remate de sus añadidos a Ipetsut fueron tres pares de obeliscos, destinados,
               bastante literalmente, a señalar el camino hacia lo divino. En la base de uno de

               los pares hizo que sus canteros grabaran un largo texto que dejara constancia de

               sus  piadosos  motivos  para  toda  la  eternidad.  Todavía  hoy  se  alza  como  la
               principal apología de Hatshepsut y la descripción más reveladora de su carácter

               y su ambición:


                    He hecho esto con un corazón amante hacia mi padre Amón … Llamo la atención de las gentes que
                  vivan en el futuro, para que consideren este monumento que he hecho para mi padre … Fue mientras
                  estaba sentada en palacio cuando recordé a mi creador.
                    Mi corazón me llevó a erigir para él dos obeliscos de electrum [una aleación natural de oro y plata],
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