Page 273 - Auge y caída del antiguo Egipto
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recién ganada resultaba tan superficial como endeble. En Kerma, la población
local había reconstruido su ciudad y su templo, reafirmando sus tradiciones
autóctonas en un desafío directo a sus señores egipcios. En cuanto la noticia de
la muerte de Thutmose llegó a la Alta Nubia, los kushitas se rebelaron,
confiando en recuperar parte de la autonomía que tan brutalmente habían
aplastado sus enemigos. Entre los rebeldes, ocupaban un lugar destacado los
hijos supervivientes del mismo rey de Kush al que Thutmose había dado muerte
y había colgado tan atrozmente de la proa de su buque insignia. Su venganza
resultó de hecho bastante dulce: las fuerzas kushitas atacaron las fortalezas
construidas por Thutmose, aniquilaron a sus guarniciones egipcias, se llevaron
su ganado y, durante un tiempo, incluso parecieron amenazar el dominio egipcio
sobre Nubia. Sin embargo, no habían contado con la determinación del joven
sucesor y homónimo de Thutmose, que demostró que no le iba en absoluto a la
zaga. Organizando una respuesta militar inmediata a la revuelta, Thutmose II
(1481-1479) ordenó pasar a cuchillo a todos los varones nubios, con la sola
excepción de uno de los príncipes kushitas, que sería llevado de regreso a Egipto
para ser «reeducado» a la manera clásica.
En su implacable determinación de defender los logros de su padre, Thutmose
II contó sin duda con el respaldo de su hermanastra y consorte, Hatshepsut. Pero,
haciendo honor a su nombre (que significaba «la primera de entre las nobles
damas»), Hatshepsut no se limitó a ser la «gran esposa del rey». Como hija de
Thutmose I y su principal esposa, Hatshepsut consideraba que tenía más derecho
al trono que su marido, cuya madre había sido solo una esposa secundaria. Así,
cuando el joven esposo de Hatshepsut sucumbió a la enfermedad después de solo
tres años en el trono, aprovechó la oportunidad. No contenta ya con mantenerse
al margen, puso firmemente sus miras en llegar a lo más alto. Como Ahmose
antes que ella, la dignidad real sería el foco de su ambición y Tebas, su
escenario. Al igual que su padre había ensanchado las fronteras de Egipto,
también Hatshepsut llevaría las fronteras de la ideología regia más allá de donde
habían llegado nunca.