Page 298 - Auge y caída del antiguo Egipto
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De manera bastante característica, la extravagante tumba tebana de Qenamón
               fue diseñada de modo que proporcionara el máximo espacio mural posible, el

               mejor lienzo para pregonar a bombo y platillo sus dignidades a la posteridad. En

               este eterno monumento a su ego, Qenamón pudo dar rienda suelta a su obsesiva
               predilección por los títulos. El resultado es una lista de más de ochenta epítetos,

               aunque,  en  realidad,  pocos  de  ellos  implican  un  verdadero  cargo.  La  mayoría

               simplemente subrayan su posición privilegiada en la corte, como miembro del

               círculo de allegados del rey: «miembro de la élite y alto funcionario», «portador
               del sello real», «compañero de confidencias», «compañero dilecto», «caballero

               de los aposentos», «portador del abanico del señor de las Dos Tierras», «escriba

               real», «asistente del rey», «agregado del rey en todos los lugares», etcétera; la
               lista  resulta  casi  interminable.  Qenamón  diseñó  fórmulas  aún  más  elaboradas

               para alardear de su posición: «principal compañero de los cortesanos; supervisor

               de supervisores; jefe de jefes; el más grande de entre los grandes; regente de toda

               la tierra; aquel que, si centra su atención en algo por la noche, por la mañana, al
               despuntar el alba, ya lo domina». El lenguaje se vuelve todavía más pomposo a

               la hora de subrayar la lealtad de Qenamón al rey, definiéndose a sí mismo como

               el que «obra bien por el señor de las Dos Tierras», «da satisfacción al soberano»,
               «inspira  al  rey  con  perfecta  confianza»  y,  quizá  el  más  ridículo  de  todos,  es

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               «cordialmente  apreciado  por  Horus».   Raras  veces  un  funcionario  egipcio  se
               había embriagado hasta tal punto con la exuberancia de su propia verborrea.
                  Pero, detrás de esta ampulosidad y vanagloria, Qenamón llevaba en secreto

               una doble vida. Gracias a su acceso privilegiado al sanctasanctórum del poder, se

               hallaba en una situación ideal para enterarse de todos los chismorreos de la corte,
               y  en  particular  de  todas  las  murmuraciones  contra  el  rey.  Su  papel  de

               «administrador  principal»  le  proporcionaba  la  cobertura  perfecta  para  llevar  a

               cabo una labor de vigilancia clandestina en calidad de «maestro de secretos», es

               decir, de jefe del aparato de seguridad interna del rey. El papel encubierto de
               Qenamón consistía en ser «los ojos del rey del Alto Egipto, los oídos del rey del

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               Bajo Egipto».   Como  ocurriría  mucho  más  tarde  en  la  Inglaterra  isabelina,  el
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