Page 301 - Auge y caída del antiguo Egipto
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«el Compendio». El Kemit era un modelo de dictado, utilizado como texto base
               para  la  formación  de  los  escribas,  y  pretendía  perfeccionar  la  moral  de  sus

               lectores además de su dominio de la escritura. Haciendo hincapié en las ventajas

               de saber leer y escribir, aspiraba a perpetuar el elevado estatus del que disfrutaba
               la élite:



                    Cualquier escriba, en cualquier puesto de la corte,
                    no lo hará mal [su trabajo]. 9


                  Un  texto  similar,  la  llamada  Sátira  de  los  oficios,  desarrollaba  ese  mismo
               tema,  denigrando  todas  las  demás  profesiones  al  tiempo  que  se  elogiaba  el

               trabajo del escriba:


                    Mira, no existe profesión sin responsable
                    excepto la de escriba: él es el responsable.
                    Así que, si sabes leer y escribir, será bueno para ti,
                    a diferencia de esos [otros] oficios que te he mostrado …
                    Más te beneficia un solo día en el aula. 10


                  La memorización de tales textos era una forma suave de lavado de cerebro.

               Pero esos idealizados sentimientos retrocedían espantados ante la dura realidad

               del entorno escolar. El antiguo Egipto, como la Inglaterra de Dickens, creía a
               pies  juntillas  en  la  máxima  de  «la  letra  con  sangre  entra».  Como  rezaba  un

               proverbio egipcio de la época: «El oído de un niño está en su trasero: escucha
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               cuando se le zurra».  La disciplina de la escuela de escribas estaba destinada a
               preparar a sus alumnos para los rigores del servicio al Estado. El estilo educativo

               duro  e  inflexible  reflejaba  con  precisión  el  ejercicio  del  poder  en  el  antiguo

               Egipto. La corte real, pese a sus lujos, no era lugar para intelectuales débiles. La
               ambición, la determinación, la resistencia y, sobre todo, el vigor; esas eran las

               cualidades más apreciadas por la maquinaria del gobierno, y la guardería trataba

               de inculcárselas por la fuerza a sus alumnos.
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