Page 299 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Egipto de la XVIII Dinastía tenía una corte sofisticada sustentada en una red de
               espías  y  agentes  que  vigilaban  el  menor  indicio  de  disensión  entre  quienes

               ocupaban  puestos  de  autoridad,  así  como  entre  la  población  en  general.  La

               relación  de  Qenamón  con  Amenhotep  II  fue  similar  a  la  que  tendría  Francis
               Walsingham con Isabel I: la de un personaje profundamente leal, devoto de su

               monarca, confiado en su propia autoridad y sin temor alguno a crearse enemigos.

               Y  no  cabe  duda  de  que  los  tuvo: una  vez muerto y enterrado, los  magníficos

               relieves de su tumba tebana fueron sistemáticamente destrozados; ni una sola de
               las imágenes que le representaban sobrevivió a los cinceles de los asaltantes. Esa

               misma denigración póstuma le fue impuesta a Rejmira, un visir ejemplar. Las

               suyas  son  historias  aleccionadoras,  que  sugieren  que  en  el  antiguo  Egipto  los
               altos  cargos  podían  llevar  aparejada  una  gran  impopularidad.  La  imagen

               autocomplaciente  del  registro  documental  oficial  enmascaraba  una  verdad

               desagradable.





               REGLAS ESCOLARES


               Las carreras profesionales de Sennefer y Qenamón ilustran la importancia de las

               relaciones  personales  a  la  hora  de  ascender  en  una  monarquía  absoluta.
               Amenhotep II en particular se rodeó de funcionarios a los que conocía desde la

               infancia.  En  el  antiguo  Egipto,  crecer  junto  al  futuro  rey  representaba  un

               pasaporte casi seguro hacia un alto cargo. Ser «hijo de la guardería» significaba

               codearse no solo con los vástagos reales, sino también con la progenie de la flor
               y nata de Egipto, en una atmósfera de privilegio y poder. A los futuros líderes del

               país se los preparaba desde la infancia para las responsabilidades que más tarde

               asumirían, recibiendo una educación de índole práctica y profesional antes que
               estrictamente  académica.  Había  asimismo  una  clara  dimensión  política.  En  el

               Imperio  Nuevo,  entre  los  habitantes  de  la  guardería  —donde  los  niños  vivían

               además  de  estudiar—  se  incluían  también  los  hijos  de  vasallos  extranjeros,
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