Page 316 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Amenhotep  III  y  fueron  enviados  por  diversos  príncipes  vasallos  al  faraón
               egipcio, a quien se dirigían con la adecuada reverencia como «mi sol, mi señor».

               A diferencia de la conquistada Nubia, donde una serie de burócratas nombrados

               desde el gobierno central imponían la autoridad real según directrices egipcias, a
               los territorios vasallos de Egipto en Oriente Próximo se les permitía conservar

               sus propias estructuras administrativas y a sus propios gobernantes autóctonos,

               con tal de que estos juraran lealtad al faraón y entregaran a tiempo su tributo

               anual.  Sin  embargo,  es  evidente  que  la  indignidad  de  estar  sometidos  a  una
               potencia extranjera les irritaba, y al parecer los vasallos pasaban la mayor parte

               del tiempo conspirando y maquinando a la vez que trataban de enfrentar a Egipto

               a las otras grandes potencias, sobre todo a Mitani y a los hititas.
                  Las cartas de Amarna revelan una situación bastante inestable, con amargas

               rivalidades y un conflicto a pequeña escala casi permanente entre las distintas

               ciudades-Estado. Entre los príncipes vasallos más problemáticos de Palestina se

               contaban Milkilu de Gezer, Biridiya de Megido y Abdi-Heba de Jerusalén. Por
               regla  general,  Egipto  se  contentaba  con  no  verse  implicado  en  tales  disputas

               locales, excepto cuando se amenazaban sus intereses económicos. Más al norte,

               no obstante, los problemas revestían mucha mayor gravedad, dado que existía la
               posibilidad de que perturbaran el equilibrio de poder entre Egipto y los hititas.

               Una cuarta parte de todas las cartas de Amarna eran de un solo vasallo, Rib-

               Adda de Kebny, ciudad que había disfrutado de una relación especial con Egipto
               durante más de mil años. Rib-Adda se sentía cada vez más receloso del vecino

               Estado de Amurru, con su ambicioso gobernante Abdi-Ashirta. Sus temores no

               eran infundados. Sin que nadie lo detuviera, Amurru ocupó la guarnición egipcia
               y  capital  administrativa  de  Sumur  (la  actual  Al-Hamidiyah),  y  prácticamente

               puso cerco a Kebny. Este hecho dio a los hititas la excusa que estaban esperando

               para intervenir, y Amurru escapó al control egipcio. Era una saludable lección

               acerca  de  cómo  las  disputas  menores  podían  tomar  rápidamente  un  caariz
               negativo para Egipto.

                  Allí  donde  Thutmose  III  o  Amenhotep  II  no  habrían  dudado  en  intervenir
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