Page 319 - Auge y caída del antiguo Egipto
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llevar  leña  al  monte,  podría  pensarse;  pero  es  evidente  que  el  faraón  quedó
               impresionado  por  el  gesto,  y  la  entente  cordiale  quedó  también  debidamente

               asegurada.

                  El  trato  con  los  babilonios  resultó  todavía  más  duro.  Amenhotep  se  había
               llevado ya a una princesa babilonia como futura esposa en los comienzos de su

               reinado;  pero  cuando  probó  el  mismo  truco  con  el  nuevo  rey  de  Babilonia,

               Kadashman-Enlil  I,  se  encontró  con  una  resistencia  inesperada.  El  monarca

               babilonio  se  quejaba  de  que  nadie  había  visto  a  su  hermana  desde  que  había
               entrado  en  el  harén  de  Amenhotep  hacía  más  de  una  década,  y,  por  ello,  se

               mostraba  renuente  a  condenar  a  una  de  sus  hijas  a  la  misma  suerte.  Para

               empeorar  aún  más  las  cosas,  no  había  sido  invitado  a  la  reciente  «gran
               festividad» de Amenhotep. Además, dudaba de que a las esposas extranjeras se

               las tratara conforme a su origen regio:


                    [Con respecto a aquellas de] mis hijas que se han casado con reyes vecinos, si mis mensajeros van allí
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                  hablan con ellas, y me envían un obsequio de recuerdo. Pero la que está contigo es pobre.

                  Como ofensa final, la petición de Kadashman-Enlil de un acuerdo recíproco

               que  le  permitiera  casarse  con  una  princesa  egipcia,  fue  rechazada  de  modo

               tajante. Amenhotep replicó altivamente que ninguna hija de un rey egipcio se

               había  casado  jamás  con  un  extranjero,  y  que  no  tenía  la  menor  intención  de
               romper aquella tradición solo para complacer al rey de Babilonia. En conjunto,

               pues, los augurios de cara a un segundo matrimonio babilonio del rey egipcio no

               parecían  demasiado  buenos.  Al  final,  parece  ser  que  el  oro  egipcio  ganó  la

               partida y Amenhotep consiguió a su chica. Las cartas de Amarna contienen otra
               discusión  sobre  un  posible  matrimonio,  esta  vez  entre  el  faraón  y  el  rey

               esplendorosamente llamado Tarhundaradu de Arzawa; pero aquí los documentos

               guardan  silencio  con  respecto  al  resultado  final  de  las  negociaciones.  Cabe
               suponer, no obstante, que se vieron coronadas por el éxito. Amenhotep III no era

               hombre que aceptara un «no» por respuesta.
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