Page 318 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Para mí todo va bien. Que vaya todo bien para ti … Para tu casa, para tus esposas, para tus hijos, para
                  tus nobles, para tus guerreros, para tus caballos, para tus carros, y que vaya todo bien en tu país. 3



                  Pero hay también otro tema común, que refleja la reputación que tenía Egipto
               de atesorar fabulosas riquezas. De nuevo, Tushratta lo resume magníficamente:


                    Que mi hermano me envíe oro sin trabajar en muy grandes cantidades … y mucho más oro que el que
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                  envió a mi padre. En el país de mi hermano, el oro abunda tanto como la tierra.


                  El  oro  era  la  moneda  preferida  en  el  intercambio  diplomático,  y  las
               abundantes  reservas  de  las  minas  de  Nubia  proporcionaban  a  Egipto  una

               capacidad  de  influencia  única  entre  las  grandes  potencias.  Apenas  sorprende,

               pues, que una insurrección en la región minera aurífera de Nubia en el trigésimo
               año  del  reinado  de  Amenhotep  III  fuera  brutalmente  reprimida.  Sin  el  oro,

               Egipto no era nada.

                  A cambio de los envíos regulares de oro, Amenhotep III trataba de obtener el

               bien más codiciado de los demás líderes, sus hijas, en calidad de matrimonios
               diplomáticos. Ya a comienzos de su reinado, el joven rey logró obtener la mano

               de una princesa de Mitani, y un escarabeo conmemorativo acuñado en 1381 deja

               constancia  de  la  llegada  de  la  princesa  Giluhepa  con  un  séquito  de  317
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               asistentas,  acertada  y  sucintamente  calificadas  de  «maravillas».   Veinticinco
               años después, el faraón buscó a otra princesa de Mitani para su harén, tanto para

               cimentar su amistad con el nuevo soberano de aquel reino como también —cabe
               suponer— porque Giluhepa había perdido su flor virginal. Las negociaciones en

               torno a  este segundo matrimonio diplomático fueron  delicadas y detalladas, y

               requirieron  la  entrega  recíproca  de  numerosos  obsequios.  Finalmente,  el  rey
               Tushratta envió a su hija Taduhepa con un apropiado séquito de 270 mujeres y

               30 hombres, además de una enorme dote que incluía 20 kilogramos de oro, junto

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               con  otros  6  más  como  regalo  personal  para  el  propio  Amenhotep.  Era como
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