Page 321 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Sus muros son de electrum y su mobiliario, de plata, y todas sus puertas tienen los umbrales decorados.
                  Su  torre  se  alza  hacia  el  cielo,  sus  mástiles  tocan  las  estrellas.  Cuando  la  gente  lo  vea,  alabará  a  Su
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                  Majestad.


                  Frente al atrio solar, un edificio todavía más impresionante empezaba a tomar
               forma,  una  gigantesca  sala  hipóstila  cuyas  columnas  alcanzaban  casi  veinte

               metros de altura, decorada —como siempre— con seis estatuas colosales en las

               que se representaba al rey caminando. Tales maravillas arquitectónicas estaban

               concebidas por entero para impresionar, cosa que hacían magníficamente. Pero
               la verdadera trascendencia teológica de Luxor se ocultaba a la vista, en la parte

               posterior el templo.

                  Quizá la sala más importante de todo el complejo sea una reducida cámara,
               escondida detrás de una pequeña barca-altar, cerca de la sala de ofrendas. En la

               pared  occidental,  un  delicado  relieve  muestra  a  dos  diosas  sustentando

               delicadamente las figuras de una mujer y un hombre. Se trata de los padres de
               Amenhotep III, Mutemuia y Thutmose IV; o, mejor dicho, Mutemuia y alguien

               disfrazado de Thutmose IV, y ese alguien es nada más y nada menos que el dios

               Amón-Ra, tal como manifiesta sin ambages el texto que lo acompaña. Tampoco
               la inscripción se abstiene de describir, en términos inesperadamente gráficos, el

               propósito  del  dios  al  deslizarse  en  el  dormitorio  de  la  reina  ni  su  entusiasta

               respuesta ante las insinuaciones de Mutemuia:


                    Ella se despertó debido al perfume del dios y gritó de placer ante Su Majestad … Se regocijó ante la
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                  visión de su belleza, y el amor por él bañó todo su cuerpo.

                  Mutemuia,  que  para  entonces  se  halla  ya  en  un  estado  de  éxtasis,  cae

               desvanecida  sobre  el  dios  y  exclama:  «¡Qué  grande  es  tu  poder!  …  Tu  dulce
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               fragancia  agarrota  todos  mis  miembros».   La  metáfora  sexual  es  plenamente
               intencionada. Tras la fecundación viene la anunciación:



                    Amenhotep-soberano-de-Tebas es el nombre de este niño que he puesto en tu matriz … Ejercerá un
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