Page 330 - Auge y caída del antiguo Egipto
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gato doméstico. En cambio, la determinación de su hermano transformaría
Egipto en menos de una generación.
El nuevo heredero al trono debió de presenciar de primera mano las
espectaculares festividades Sed de su padre, y es evidente que ejercieron un
profundo efecto en él. Parece que su deslumbrante imaginería solar, en
particular, se grabó a fuego en la fértil imaginación del joven. Sin embargo, si en
la mente de Amenhotep habían empezado a formarse ideas teológicas radicales,
desde luego no hay evidencia alguna de ellas al comienzo de su reinado. Lejos
de ello, tras acceder al trono como Amenhotep IV, hizo justo lo que se esperaba
de un hijo piadoso y completó la decoración de la gran puerta de entrada a
Ipetsut que iniciara su padre. Añadió sus propios relieves, con el conveniente
estilo tradicional, en los que se le representaba golpeando a los enemigos de
Egipto. En Nubia fundó una nueva ciudad, justo como había hecho su padre, con
un templo consagrado a Amón-Ra, rey de los dioses. Desde la lejana Chipre, el
soberano de Alashiya escribió a Amenhotep IV para felicitarle por su ascenso al
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trono, y le envió una jarra de «aceite dulce» como regalo de coronación. Todo
parecía anunciar otro reinado glorioso siguiendo el patrón dinástico familiar.
También las posesiones imperiales de Egipto rindieron el adecuado tributo. Del
gobernante de Tiro, vasallo del monarca egipcio, llegó una carta especialmente
obsequiosa, plagada de las habituales fórmulas adulatorias:
Me postro a los pies del rey, mi señor, siete veces siete. Yo soy la tierra bajo las sandalias del rey, mi
señor. Mi señor es el sol que sale sobre todas las tierras día a día… 2
Es posible que tales sentimientos dieran ideas a Amenhotep IV. Sea como
fuere, antes de que hubiera transcurrido un año desde que se convirtiera en rey,
el monarca se mostró tal como era en realidad, con un programa de construcción
que pretendía rivalizar con el de su padre. Las canteras de arenisca de Gebel el-
Silsila se pusieron a trabajar a toda máquina, con unos niveles sin precedentes de
mano de obra a la que el rey reclutó mediante una leva nacional. Obviamente, la