Page 333 - Auge y caída del antiguo Egipto
P. 333
festividad Sed de Ipetsut marcó, pues, no la culminación de algo anterior, sino el
comienzo de algo completamente novedoso: el dios solar y el rey reinarían
juntos, re-creando de nuevo el mundo todos los días.
Las celebraciones jubilares señalaron asimismo el camino hacia un nuevo
futuro para la vida religiosa egipcia en su conjunto. Atrás quedaron las
tradicionales procesiones de los dioses. En su lugar, el rey y otros miembros de
la familia real pasaron a ser el centro de atención y de reverencia al desplazarse
todos los días con gran boato desde el palacio al templo y viceversa, saludados
por la multitud y los dignatarios que flanqueaban su ruta. Un año después de la
festividad Sed del Gempaatón, el rey remató su nueva teología cambiando su
propio nombre, un acto de tremenda potencia simbólica. Aunque más de un
soberano anterior había modificado su nombre de trono para denotar un cambio
de rumbo, resultaba extremadamente inusual, por no decir un hecho sin
precedentes, que un rey se cambiara el nombre de pila. A través del poder del
jubileo, Amenhotep IV creía que había renacido a una nueva vida en calidad de
corregente con Atón. Por consiguiente, en lugar de Amenhotep, «Amón está
satisfecho», en lo sucesivo pasaría a llamarse Ajenatón, «útil a Atón».
UN LUGAR EN EL SOL
Tan público rechazo al culto de Amón debía de resultar incompatible con el
continuo patrocinio real de Tebas, la ciudad de Amón por excelencia. Lo cierto
es que el Gempaatón y los otros templos de Atón se hallaban fuera del recinto
sagrado de Ipetsut, pero el centro del culto a Amón seguía quedando más cerca
de lo que resultaría cómodo. Los monumentos a Amón en ambas orillas del Nilo
dominaban el horizonte, y constituían un constante recordatorio de su hegemonía
sobre todos los demás cultos. Si de verdad había que magnificar a Atón por
encima de todas las demás deidades, este tendría que contar con sus propios
dominios, su propia ciudad, un lugar donde la esfera solar (y su hijo) pudieran