Page 334 - Auge y caída del antiguo Egipto
P. 334

gozar de un dominio absoluto. Había que buscar una nueva capital real.
                  El  emplazamiento  elegido  por  Ajenatón  fue  una  verdadera  inspiración  (de

               hecho, este afirmaría que había sido Atón quien le había conducido hasta allí).

               En el Egipto Medio, aproximadamente a mitad de camino entre el gran centro
               religioso  de  Tebas  y  la  tradicional  capital  administrativa  de  Menfis,  había  un

               lugar donde los altos riscos de piedra caliza que flanqueaban la orilla este del

               Nilo retrocedían formando una bahía desértica de unos once kilómetros de largo

               por  cinco  de  ancho.  Era  un  emplazamiento  recoleto,  fácilmente  defendible  y
               convenientemente abastecido por una amplia extensión de llanura aluvial en la

               orilla  opuesta.  Y,  lo  más  importante  de  todo,  era  un  territorio  virgen,  hasta

               entonces deshabitado y no relacionado con ningún otro culto. Incluso el paisaje
               parecía estar especialmente adaptado a las creencias del rey, ya que la forma de

               los riscos orientales se asemejaba a un término jeroglífico cuyo significado era

               «horizonte», el lugar por donde el sol salía todas las mañanas para dar nueva

               vida  al  mundo.  De  hecho  era  Ajet-Atón,  el  «horizonte  de  la  esfera»,  y  el
               emplazamiento perfecto para que Ajenatón llevara a cabo su visión utópica.

                  A finales de la primavera de su quinto año en el trono, 1349, el rey realizó su

               primera  visita  oficial  al  lugar  (la  actual  Amarna).  Tras  aparecer  ante  sus
               cortesanos, allí congregados, en un carro revestido de electrum, reluciente como

               el  propio  sol,  promulgó  el  decreto  por  el  que  fundaba  su  nueva  ciudad.  Tras

               realizar una espectacular ofrenda a Atón al aire libre, frente a los riscos, afirmó
               que Ajetatón pertenecería al dios para siempre, como monumento suyo, «con un

                                                   3
               nombre  eterno  y  perpetuo».   Ni  siquiera  Nefertiti  podría  quebrantar  su
               determinación de cumplir su sueño:


                    No me dirá la Gran Esposa del Rey: «Mira, hay un buen lugar para Ajetatón en otro sitio», ni yo la
                           4
                  escucharé.

                  El  rey  decretó,  además,  que  su  ciudad  modelo  contuviera  un  conjunto  de

               edificios principales destinados al culto a Atón y la glorificación de la familia
   329   330   331   332   333   334   335   336   337   338   339