Page 331 - Auge y caída del antiguo Egipto
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existencia de edificios colosales llenos hasta reventar de estatuaria real no era
               nada  nuevo,  y  Tebas  se  había  acostumbrado  bastante  a  la  construcción  de

               monumentos  durante  la  última  década  del  reinado  de  Amenhotep  III.  Pero

               Amenhotep IV tenía en mente algo distinto. Sus proyectos se centrarían en un
               solo emplazamiento, el templo de Ipetsut; pero no dentro del recinto sagrado,

               sino fuera de su muro este, en una marisma hasta entonces vacía. La elección del

               emplazamiento, fuera de los dominios de Amón-Ra y de cara al sol naciente, era

               completamente  deliberada,  y  ello  porque  los  ocho  nuevos  monumentos  de
               Amenhotep en Ipetsut iban a consagrarse no a su destinatario habitual, sino a

               Atón, la esfera visible del sol, cuya imaginería había sido adoptada por su padre

               en la época de su primer jubileo. Como reflejo de este cambio teológico, el más
               grandioso de los proyectos era un templo llamado Gem-pa-Atón, «Atón ha sido

               encontrado»,  y  era  como  mínimo  tan  ambicioso  como  todo  lo  que  había

               presenciado  Tebas  en  el  reinado  anterior.  En  su  centro  había  un  vasto  atrio

               descubierto,  flanqueado  por  una  columnata.  Contra  los  pilares  se  alzaban
               estatuas de siete metros de altura de Amenhotep IV y su esposa, Nefertiti, cada

               una de ellas tallada a partir de un solo bloque de arenisca. Sus distintivas coronas

               —la  doble  corona  o  un  tocado  con  dos  plumas  para  el  rey,  y  una  corona  de
               extremo plano para su consorte— los identificaban como Atón, Shu y Tefnut, la

               tríada  originaria  de  dioses  creadores  según  el  antiguo  mito.  Allí  donde

               Amenhotep III había subrayado su papel semejante al del sol para sostener el
               universo, su hijo deseaba que se le asociara con el propio acto de la creación.

                  Esta teología fundamentalista encontró también una expresión asombrosa en

               la apariencia de la estatuaria de Amenhotep IV. Para subrayar su unidad con el
               creador,  encarnando  tanto  los  atributos  masculinos  como  los  femeninos,  y

               recalcar al mismo tiempo su distanciamiento del resto de la humanidad, el rey

               ordenó  a  sus  escultores  que  iniciaran  un  cambio  radical  en  el  modo  de

               representación.  Todos  los  aspectos  del  rostro  y  del  cuerpo  del  rey  fueron
               deliberadamente distorsionados: la cabeza fue alargada de una forma antinatural

               con rasgos angulares y atenuados, incluyendo unos ojos rasgados, una nariz larga
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