Page 336 - Auge y caída del antiguo Egipto
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proporcionaba a la ciudad y a sus habitantes un foco ritual regular, reemplazando
               a las antiguas festividades religiosas que la nueva teología del rey había relegado

               al olvido.

                  La principal residencia real se hallaba en el extremo septentrional de Ajetatón,
               encajonada entre los riscos y la orilla del río, un emplazamiento elegido tanto

               por una cuestión de seguridad como por su atractivo estético. Además del propio

               palacio,  construido  dentro  de  un  recinto  fortificado  dotado  de  amplios

               barracones para la guardia, había un gran edificio administrativo y un grupo de
               impresionantes mansiones para los consejeros más próximos al rey.

                  Cuando  el  monarca  se  dirigía  hacia  el  sur  todas  las  mañanas,  rodeado  de

               pelotones de soldados y policías que corrían junto a su carro —y, sin duda, de
               lacayos que se esforzaban por seguirle el paso—, su recorrido pasaba primero

               por el palacio del harén, un edificio independiente destinado a las mujeres de la

               familia  real.  Ricamente  decorado  con  murales  pintados  y  cantería  dorada,

               constituía un refugio de lujo y tranquilidad. Su atrio central contaba con unos
               deliciosos  jardines  simétricos,  alimentados  por  las  aguas  del  río  mediante  un

               sofisticado sistema de riego, mientras que unos establos de ganado vacuno y de

               antílopes domésticos suministraban a diario las más finas carnes a palacio.
                  Más allá de este enclave real empezaba la ciudad propiamente dicha, y cabe

               imaginar que la cabalgata del rey debía de acelerar el paso al desfilar ante los

               hogares de los comunes mortales. Desde el Camino Real, se extendía hacia el
               norte uno de los dos principales barrios residenciales. Era evidente que la pauta

               de planificación simétrica de Ajetatón no se extendía más allá de los principales

               edificios  públicos,  puesto  que  las  casas  de  sus  súbditos  estaban  dispuestas  de
               forma totalmente desordenada. Las grandes villas propiedad de mercaderes ricos

               estaban rodeadas por las casas, más pequeñas, de quienes dependían de ellos, en

               un laberinto de calles laterales y callejones que daba al conjunto una atmósfera

               aldeana. Los barrios eran ruidosos y animados, y estaban en construcción más o
               menos permanente.

                  Siguiendo  hacia  el  sur  a  lo  largo  del  Camino  Real,  la  procesión  que
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