Page 475 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Sinuhé, también había empleado como argumento las andanzas de un egipcio en
               el extranjero. El contraste entre la suerte de Sinuhé y la de Unamón no podría ser

               mayor.  Mientras  que  el  primero  había  irradiado  el  poder  egipcio  entre  sus

               anfitriones  palestinos,  ahora  se  habían  cambiado  completamente  las  tornas.
               ¡Cuánto había caído el poderoso!

                  Una última humillación aguardaba a Egipto en sus relaciones con sus antiguas

               posesiones imperiales en Oriente Próximo. Si hemos de creer al pie de la letra lo

               que se dice en un fragmentario relieve del rey Siamón (970-950) de Dyanet, este
               gobernante libio realizó una incursión en el sur de Palestina y tal vez tomó la

               importante  población  de  Gezer.  Pero,  en  lugar  de  anexionarla  a  Egipto  o  de

               entregar  sus  tesoros  al  templo  de  Amón,  como  habría  hecho  en  los  viejos
               tiempos  cualquier  faraón  que  se  respetara,  parece  que  Siamón  utilizó  el  botín

               para ganarse los favores de la superpotencia local; según el libro bíblico de los

               Reyes, el botín de Gezer fue entregado, junto con la propia hija del faraón, al rey

               Salomón de Israel.    7
                  En  la  práctica  diplomática  del  Imperio  Nuevo,  el  faraón  solía  tomar  en

               matrimonio a las hijas de otros reyes para cimentar alianzas estratégicas, pero

               jamás habría aceptado que se utilizara del mismo modo a una princesa egipcia.
               Por  entonces,  en  el  siglo  X,  Egipto  debía  afrontar  la  incómoda  verdad:

               desgarrado por sus divisiones internas, ya no representaba una fuerza con la que

               había que contar, sino que simplemente era otro actor secundario en el mundo

               febril de la política de poder en Oriente Próximo. La estrella de Egipto se había
               apagado,  su  reputación  estaba  hecha  añicos,  y  parecía  haber  muy  pocas

               perspectivas de un retorno al poderío y la majestad del Imperio Nuevo.

                  Pero había como mínimo un gobernante libio que pensaba de manera distinta.
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