Page 486 - Auge y caída del antiguo Egipto
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los ochenta años siguientes, bajo su gobierno y el de sus sucesores, el destino de
Tebas y del Alto Egipto estaría ligado de hecho al de los descendientes de
Takelot II, tal como había esperado el viejo rey. La devoción pública de la
familia a Amón de Ipetsut había dado sus frutos. Sin embargo, lejos de allí, al
sur de Egipto, en la distante Alta Nubia, otra familia de gobernantes, aún más
devotos en su adhesión al culto de Amón, había estado observando con creciente
alarma la confusión que reinaba en Tebas. A su juicio, unos creyentes auténticos
jamás soportarían tal discordia en la ciudad sagrada del dios supremo. Así que
llegaron a una cruda conclusión: solo una acción decidida podía limpiar a Egipto
de su impiedad; había llegado el momento de librar una guerra santa.
EL CRUZADO NEGRO
Durante el apogeo de la XVIII Dinastía, las aplastantes victorias de Thutmose I y
Thutmose III en Nubia habían impuesto el dominio egipcio en el sur hasta la
cuarta catarata y habían despedazado el reino de Kush. Pero despedazado no
significaba eliminado. Una y otra vez en la historia, el pueblo nubio había
demostrado una resistencia asombrosa, y una extraña capacidad para agazaparse,
esperar el momento y levantarse de nuevo en cuanto los egipcios se habían dado
la vuelta. Tras el colapso del Imperio Nuevo habían hecho exactamente eso,
volviendo al punto de partida. Kush renació como la potencia dominante, y sus
gobernantes, de nuevo señores de su propia tierra, se enriquecieron gracias al
comercio con el África subsahariana. A mediados del siglo IX a.C. —justo
cuando Tebas rompía con el gobierno del delta—, se construían tumbas
suntuosas con su estilo autóctono, infinitamente más impresionantes que los
patéticos sepulcros de sus contemporáneos libios en Egipto.
Asimismo, los gobernantes de Kush se consideraban superiores en otro
aspecto importante: creían seriamente que eran los verdaderos custodios de la
realeza egipcia. Esta asombrosa convicción era un legado del imperialismo del