Page 487 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Imperio Nuevo. Cuando Thutmose I invadió Kush, se llevó consigo no solo
batallones de soldados egipcios, sino también al sumo sacerdote de Amón. Su
objetivo no había sido simplemente subyugar al «abominable Kush», sino
también convertir a la «verdadera» religión a sus paganos habitantes. Con ese
mismo fin, Thutmose III había construido un gran templo a Amón al pie de la
montaña más sagrada de la Alta Nubia, Gebel Barkal. Los propagandistas
egipcios habían afirmado que la montaña era la residencia meridional de Amón y
un equivalente nubio de Ipetsut. Además, habían llamado la atención sobre una
elevada cima rocosa situada en un extremo de la montaña cuya forma se parecía
mucho a la de una cobra erguida (la protectora de los reyes egipcios) que portara
la corona blanca del Alto Egipto. La presencia de tan poderosos símbolos de la
monarquía permitió a los egipcios afirmar que Gebel Barkal era el lugar de
nacimiento originario de la monarquía egipcia y, sobre todo, que Nubia, por estar
tan al sur como la montaña sagrada, no era más que una extensión del Alto
Egipto. No era la primera vez que la teología proporcionaba al gobierno egipcio
una legitimidad irrefutable. Sin embargo, poco se imaginaban los egipcios que,
una vez que abandonaran Nubia, su propia propaganda iba a volverse contra
ellos.
El culto a Amón y la creencia de que Gebel Barkal era el origen y la fuente de
la autoridad faraónica se inculcaron de tal modo a la élite nubia que ambos
sobrevivieron como dogmas de fe hasta mucho después de la retirada egipcia. En
el siglo X, una reina nubia incluso pudo emprender su propia «cruzada»,
luchando por extender el dominio de Amón a los territorios paganos. Del mismo
modo, los primeros gobernantes kushitas del siglo VIII también eran fervientes
devotos de Amón. En torno al año 780, el caudillo kushita Alara, que se
calificaba a sí mismo de «hijo de Amón», restauró y reconstruyó las ruinas del
templo de Amón en Gebel Barkal. Su sucesor, Kashta (literalmente, «el
kushita»), fue aún más lejos y se proclamó legítimo rey de las Dos Tierras.
Ampliando su zona de autoridad hacia el norte hasta llegar al Alto Egipto, se