Page 492 - Auge y caída del antiguo Egipto
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tenían hambre. [Entonces] dijo …: «¡Es más doloroso para mí que mis caballos tengan hambre que todas
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las malas obras que habéis hecho!».
El faraón nubio no sería ni mucho menos el último monarca de la historia que
preferiría los caballos a las personas.
El siguiente gobernante sometido fue un antiguo aliado de los kushitas, el rey
Peftyauauibast de Heracleópolis, con lo que se confirmó la rendición total del
Alto Egipto. En cambio, la conquista del Bajo Egipto resultaría una empresa
mucho más difícil. El primer objetivo de aquella nueva fase de la campaña era
un grupo de rebeldes —entre ellos uno de los hijos de Tefnajt— que se habían
atrincherado en una fortaleza en la linde del Fayum. Al llegar frente a las
murallas de la ciudad, Pianjy clamó contra ellos, llamándolos «muertos
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vivientes» y amenazándolos con la aniquilación si no se rendían en el plazo de
una hora. Parece evidente que su belicoso lenguaje tuvo el efecto deseado,
puesto que los rebeldes se rindieron. Deseoso de demostrar su magnanimidad,
Pianjy ordenó a sus fuerzas que no mataran a ninguno de los habitantes del
fuerte. Aun así, sus graneros, como los de Jmun, vinieron a sumarse a las
riquezas del templo de Amón en Ipetsut. Era hora de recompensar al divino
patrón de Pianjy.
Se produjeron nuevas capitulaciones, mientras las fuerzas kushitas arrasaban
todo lo que se les ponía por delante. La siguiente en deponer las armas fue la
antigua capital del Imperio Medio, Ity-tauy, que todavía era una de las ciudades
importantes de la zona más septentrional del valle del Nilo. Luego, tras varias
semanas de campaña, Pianjy alcanzó el objetivo final de su guerra santa: la
propia capital, Menfis. De nuevo instó a sus habitantes a no atrancar las puertas
ni luchar, prometiéndoles que, si se rendían, él no haría otra cosa que honrar al
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dios local, Ptah, y luego «proseguir en paz hacia el norte». Aludió entonces a
su ejemplar historial de clemencia: «Observad los distritos del sur: allí no se ha
dado muerte ni a una sola persona, excepto a los enemigos que blasfemaban
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contra el dios». Pero Menfis ignoró sus requerimientos y cerró las puertas de