Page 58 - Auge y caída del antiguo Egipto
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El dominio de la monarquía en la cultura y en la historia del antiguo Egipto se
ve resaltado por el sistema que utilizamos para dividir el período de tres mil años
que va del reinado de Narmer hasta la muerte de Cleopatra. En lugar de centrarse
en los logros culturales (como en los casos de la Edad de Piedra, la Edad del
Bronce y la Edad del Hierro), la cronología egipcia emplea un esquema basado
en dinastías de reyes. De una forma que parece especialmente apropiada para
una de las culturas antiguas más conservadoras, el sistema básico que utilizamos
hoy sigue siendo el mismo que diseñara Manetón, un antiguo sacerdote e
historiador egipcio que vivió hace 2.300 años. Contemplando retrospectivamente
la historia de su país, y ayudado por los registros de los templos, Manetón
dividió a los reyes de Egipto en treinta casas o dinastías gobernantes. Su
esquema se iniciaba con Menes (el rey al que hoy conocemos con el nombre de
Narmer) como fundador de la I Dinastía (c. 2950), y terminaba con Nectanebo II
(Najthorhabet) como último rey de la XXX Dinastía (360-343). Por razones de
completitud histórica, los modernos estudiosos han añadido una XXXI Dinastía,
que incluye a los conquistadores persas que gobernaron brevemente Egipto entre
la muerte de Najthorhabet y la conquista de Alejandro Magno. Las dinastías
macedónica y ptolemaica, fundadas por Alejandro y Ptolomeo respectivamente,
no figuraban en el esquema original de Manetón. Aunque estas incluyen a reyes
de origen no egipcio y, en cierta medida, representan una ruptura con el sistema
de gobierno faraónico, también subrayan la constante importancia del reinado
dinástico en la última fase de la historia del antiguo Egipto.
En sintonía con el ideal del antiguo Egipto, perpetuado en los relieves e
inscripciones de los templos, las dinastías de Manetón hacen hincapié en la
existencia de una única e ininterrumpida sucesión de reyes cuyos orígenes se
remontan «al tiempo de los dioses» y, en última instancia, al propio momento de
la creación. A su vez, este ideal reflejaba la doctrina promulgada por la corte
faraónica, según la cual el dios creador Atum había sentado las bases de la
realeza en «los primeros tiempos», y cada gobernante posterior era el legítimo
heredero de una forma de gobierno sancionada por la divinidad. La realidad,