Page 584 - Auge y caída del antiguo Egipto
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único  faraón,  debía  de  sentirse  el  más  confiado  de  los  dos  hermanos.  Sin
               embargo, cuando Pompeyo huyó a Egipto el 9 de agosto del 48, tras sufrir una

               aplastante  derrota  a  manos  de  César  en  Grecia,  la  confianza  de  Ptolomeo  se

               convirtió  en  temeridad;  desde  el  puerto  de  Alejandría  observó
               despreocupadamente como Pompeyo era transportado en bote hacia la costa y

               puntualmente asesinado a puñaladas por uno de sus propios oficiales (ahora a

               sueldo de Ptolomeo) antes de que hubiera podido siquiera poner el pie en suelo

               egipcio.  Si  Ptolomeo  creía  que  el  hecho  de  haber  ordenado  la  muerte  del
               enemigo  declarado  de  César  iba  a  granjearle  amigos,  estaba  totalmente

               equivocado. Cuando el propio César llegó a Alejandría cuatro días más tarde y

               se le entregó la cabeza de Pompeyo, cortada y conservada en salazón, reaccionó
               con furia ante aquel salvaje trato dado a un general romano compañero de armas.

               Se  dirigió  directamente  al  palacio  real,  estableció  allí  su  residencia  y  mandó

               llamar  a  Ptolomeo  XIII  para  reunirse  con  él.  Percibiendo  la  importancia  del

               momento —con Pompeyo muerto, César era ahora el jefe indiscutible de Roma
               —, Cleopatra aprovechó la oportunidad. Evitó ser detectada por la guardia de su

               hermano, se dirigió a Alejandría y se coló en palacio para unirse a la audiencia

               con César.
                  En medio del calor húmedo de un día de mediados de agosto, en la residencia

               real de Alejandría tuvo lugar la legendaria reunión entre la reina ptolemaica, de

               veintiún  años,  y  el  general  romano,  de  cincuenta  y  dos.  Con  su  nariz  larga  y
               aquilina  y  su  barbilla  puntiaguda,  Cleopatra  no  resultaba  particularmente

               atractiva según los cánones modernos, mientras que no podía decirse que César,

               curtido en mil y una batallas y ajado por los años, estuviera precisamente en la
               flor de la vida. Pero la belleza está en la mirada del observador, y el poder es un

               afrodisíaco de eficacia segura. De manera que saltó la chispa.

                  Para disgusto e incredulidad de Ptolomeo XIII y sus partidarios, César apoyó

               incondicionalmente  a  Cleopatra  y  su  derecho  a  ocupar  el  trono  de  Egipto.
               Entonces  el  ejército  de  Ptolomeo  sitió  el  palacio,  mientras  sus  aliados

               alejandrinos proclamaban reina a la hermana pequeña de Cleopatra, Arsínoe, en
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