Page 586 - Auge y caída del antiguo Egipto
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primeros años de su matrimonio, Taimhotep había dado a su marido tres hijos
sanos, pero todos habían sido niñas. En el antiguo Egipto, todo hombre deseaba
tener un heredero varón y más aún si uno era el sumo sacerdote de Ptah y el
titular hereditario de un cargo que llevaba once generaciones en su familia. Al
cumplir los cuarenta y tres años, Pasherenptah debió de empezar a preguntarse si
moriría sin un sucesor. Desesperada, su esposa acudió a los fieles dioses
autóctonos, en particular a Imhotep. El cortesano de Necherjet, que había vivido
veintiséis siglos antes, en los albores de la Era de las Pirámides, y cuya hazaña
suprema, la Pirámide Escalonada, todavía se alzaba majestuosamente en el
horizonte de Menfis, era adorado en todo Egipto como un dios de la sabiduría, la
magia y la medicina. Su culto era especialmente notable en Menfis, y la propia
Taimhotep, como hija de la ciudad, llevaba su nombre. Si había algún dios que
podía responder a las plegarias de la pareja para tener un hijo varón, ese era
Imhotep. De modo que Taimhotep «rezó junto con el sumo sacerdote a la
majestad del dios grande en maravillas, eficaz en actos, que da un hijo a quien
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no lo tiene: Imhotep, el hijo de Ptah». Milagrosamente, su oración obtuvo
respuesta. Imhotep se apareció a Taimhotep en un sue ño y le prometió un hijo si
se encargaba de que se embelleciera su santuario menfita; favor con favor se
paga. Seguramente, ayudó el hecho de que el marido de Taimhotep fuera quizá el
hombre más influyente de Menfis y el jefe del clero local. Los constructores,
pintores y decoradores debieron de completar su trabajo en un tiempo récord, ya
que el 15 de julio del 46, alrededor de las dos de la tarde, Taimhotep dio a luz al
tan ansiado hijo varón. «Hubo júbilo por él entre la gente de Menfis. Le pusieron
el nombre de Imhotep y también lo llamaron Padibastet. Todos se regocijaron
por él.» 4
Para Taimhotep, el nacimiento de un hijo representaba la culminación de sus
deberes como esposa. Para Cleopatra, tenía una importancia más profunda, de
índole religiosa. Para señalar el nacimiento de su Cesarión, o «pequeño César»,
la reina consagró un santuario en la azotea de Iunet, un templo consagrado, de
manera harto apropiada, a la antigua diosa madre Hathor. En Iuny (la griega