Page 219 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
P. 219
como pestilens regio Tuscorum, afirmación que ya había constatado con muchísima an
terioridad Catón el Viejo (Or., II, 20), con ocasión de la fundación de la colonia ro
mana de Gravisca en un lugar en absoluto apropiado. Dicho autor, como ha recor
dado J. Heurgon, incluso llegó a señalar que el nombre de Gravisca derivaba de gra
vis, «pesado», «insano», porque el suelo de tal lugar exhalaba gravem aerem, esto es,
«aire insano».
Por su parte, N. Toscanelli argumentó en 1927 que la malaria la importarían a
Etruria los compañeros de Tirreno, hijo del rey Atys de Lidia, los cuales, tras su emi
gración, al desembarcar en Vetulonia habrían contaminado con su sangre a los ano
feles del lago Prilius en el siglo xm a.C. A partir de aquí, las picaduras de tales mos
quitos, ya infectados, habrían ido extendiendo la malaria hasta originar la extinción
de los etruscos.
Tal punto de vista, indemostrable y no compartido por la Etruscología oficial, no
se corresponde con la realidad. Incluso, a pesar de la negativa frase de Sidonio Apo
linar, lo cierto es que los etruscos supieron abandonar los malsanos lugares costeros,
situarse en el interior y allí edificar sus ciudades en enclaves totalmente ventilados,
sobre lomas y escarpadas cumbres.
Otro aspecto relacionado con la higiene pública fue el tratamiento dado a las aguas,
a las que, a fin de hacerlas potables, retuvieron en sucesivos pozos o aljibes con bases de
fina arena, dispuesta sobre diafragmas porosos, para que decantaran las impurezas.
Asimismo, las casas contaron en su interior con apropiadas instalaciones sanita
rias, canalizándose por su exterior las aguas residuales. En Roma, la Cloaca Máxima
fue una obra etrusca, mandada construir, según Tito Livio (I, 51), por Tarquinio
el Soberbio. Tal obra, receptáculo de todos los desechos de la ciudad, y de la que se pueden
ver todavía hoy algunos tramos de su bóveda, muestra bien a las claras la preocupa
ción por la higiene y la salubridad públicas.
La medicina
Es también a Diodoro de Sicilia (V, 40) a quien debemos la afirmación de que los
etruscos, además de prestar excepcional interés a la cultura literaria y la adivinación,
también tuvieron especial cuidado por la medicina (el autor emplea la palabra physio
logia) y el arte adivinatorio.
Lamentablemente, hoy se sabe muy poco de la medicina etrusca, que hubo de
descansar en supuestos empíricos y sobre todo mágicos, dada su mentalidad ten
dente a buscar causas sobrenaturales sobre lo que acontecía usualmente. Muy lejos
quedó su práctica de los conocimientos que había alcanzado un discípulo de Pitá-
goras, llamado Alcmeón, natural de Crotona, quien hacia el 500 a.C. había efec
tuado las primeras operaciones de ojos. O de los del gran Hipócrates de Cos (ha
cia 460-380 a.C.), a quien se le atribuyeron numerosos escritos médicos (Corpus
Hippocraticum).
Si hemos de hacer caso a unos pasajes conservados, de tipo médico, en una obra
del etrusco Tarquenna (identificables con el famoso arúspice Tarquicio Prisco), los co
nocimientos médicos se movieron en parámetros verdaderamente rudimentarios,
conectados con creencias teúrgicas. Varrón (De re rustica, I, 2) refiere una frase del ci
tado Tarquenna, de quien fue coetáneo, relativa al modo de curar ciertos dolores de
los pies. He aquí su remedio o fórmula mágica rítmica:
225